El japonés Tomoaki Yushida se alzó ayer con el primer gran premio de la 18ª edición del Concurso Internacional de Piano de Valencia Premio Iturbi, organizado por la Diputación de Valencia y dotado con 18.000 euros. El segundo puesto (12.000 euros) fue para el ruso Ilya Maximov, y el tercero (6.000 euros), para la ucraniana Tetiana Shafran. La Gran Final comenzó con un Segundo de Rachmaninov muy flojo. Ni por claridad ni por potencia pudo nunca la digitación de Maximox con la sonoridad áspera, agria, desaforada o todo a la vez que como apoyo le conseguía extraer de la orquesta el letón Gints Glinka. El movimiento central aburrió hasta la desesperación, como ya había augurado el episodio previo a la coda del primero.

De lo que un solista puede hacer por una orquesta y de la irrelevancia de algunos directores que consecuentemente se desprende dio muestra palmaria el contraste entre el desastre que siguió constituyendo la larga introducción al Primero de Chopin y la mejora súbita que desde los puntos de vista técnico, expresivo y del equilibrio produjo la entrada del piano de Shafran. El lirismo noble y la chispa sin trivialidad por los que luego se caracterizaron respectivamente la Romanza y el Rondó reafirmaron mucho su candidatura al máximo galardón.

Con todo, barrió sin embargo Yushida, cuya superioridad hizo aún más evidente el hecho de que para esta eventualidad se hubiera reservado el mismo concierto con que se había abierto la velada. Sumándose a una pulsación y un fraseo tremendamente expansivos tanto en los movimientos rápidos como en el lento central, fue en el tema con que se inicia el desarrollo del conclusivo cuando la envidiable capacidad para combinar gracia y misterio acabó de decantar la balanza.

El Iturbi no es un concurso de gran prestigio, y los fallos de sus jurados han provocado algún sonado escándalo. Ahora que apenas ha contado con una veintena de participantes y que en la Gran Final quedaron vacíos el coro y los fondos de la Iturbi, quizá se comprenda que la calidad produce cantidad y que la cantidad sí importa. Contar con la opinión del público es una medida regeneradora, pero que se pueda votar antes de que haya actuado el último concursante la convierte en chapuza.