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La última primavera de 'La flor de la canela'

La cantante madrileña María Dolores Pradera murió ayer a los 93 años - Tras iniciar su carrera como actriz de teatro y cine, se reinventó como cantante especializada en el repertorio latinoamericano

La última primavera de 'La flor de la canela'

Hay muchas maneras de cantar, y la de María Dolores Pradera seguramente era la correcta. Era elegante, comedida, no era cursi, ni relamida, llenaba cantando a media voz, sabía hasta donde llegaba y, sobre todo, sabía hacer la canción suya. Vendía estilo, como Sinatra. Ayer, en una entrevista con Levante-EMV, la aragonesa Carmen París recordaba eso, su manera de dominar las melodías y las letras, de hacer suyos los temas que habían hecho otros. ¡Y qué otros!: Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez, Atahualpa Yupanqui, Carlos Cano, Manuel Alejandro, Horacio Guaraní, Mercedes Sosa, Sánchez Ferlosio, Amancio Prada, Joaquín Sabina... Bueno, Carmen París recordaba eso y también todos los días de la Virgen del Carmen (16 de julio) en los que María Dolores la llamaba por teléfono de buena mañana para recitarle aquello de «estas son las mañanitas que cantaba el rey David, y hoy como es día de tu santo te las cantamos a ti».

«Si recapacitamos llegaremos a la evidencia de que este repertorio estaba esperando a María Dolores Pradera, como los paisajes velazqueños esperaban a Velázquez y las madalenas aguardaban a Marcel Proust para ser mucho más que madalenas», aseguraba Manuel Vázquez Montalbán en el libreto de «Reverdecer» (1986), uno de los mejores discos de las artista fallecida ayer en Madrid a los 93 años.

Pradera primero fue actriz de teatro y de cine. Nacida en Madrid en 1924 (o 1926, según la fuente), vivió desde los seis años en Chile, donde su padre tenía negocios, y luego, ya de adulta, en México. Ella misma contaba como dependiendo del país en el que estuviera los medios decían que era mexicana, peruana o argentina aunque, de hecho, gozaba también de esa última nacionalidad al casarse con el también actor Fernando Fernán Gómez. Con él estuvo 12 años y tuvo dos hijos, y ni tras su separación en 1957 ni tras el divorcio en 1980 volvió a contraer matrimonio.

Sus primeros pasos artísticos fueron como extra en la película Porque te vi llorar (1941), a la que siguieron Altar mayor (1943), Yo no me caso e Inés de Castro (1944) o Los habitantes de la casa deshabitada (1946) - «el cine me daba de comer», explicaba-, mientras hacía, a la vez, teatro. Fue meritoria de la compañía de Carmen Carbonell y Antonio Vico, de la que pasó a la de Guadalupe Muñoz Sampedro, y acabó como primera actriz del Teatro Eslava de Madrid, donde hizo La Celestina, y después del María Guerrero - El rinoceronte, El jardín de los cerezos y Soledad. En el Teatro Nacional de París dio vida a Melibea en La Celestina.

En 1968 protagonizó en el Marquina de Madrid la que fue su última obra de teatro durante mucho tiempo, Mariana Pineda, de Federico García Lorca, aunque regresó puntualmente en 1985 para interpretar Cándida, de George Bernard Shaw, dirigida por José Luis Alonso. En 1970 hizo para el cine La orilla, que supuso su retirada de las pantallas para centrarse en la canción.

Ella misma contaba que cada noche, cuando terminaba su jornada laboral como actriz, se refugiaba en Alazán, «un localito conqueto y elegantón» donde se despojaba (aunque no del todo) de su piel de actriz para cantar a sus ídolos. Poco a poco la música fue ocupando un lugar preferente en su vida artística, aunque hasta su último concierto demostró que seguía siendo una actriz que, en el movimiento de las manos, en el fraseo de los textos, trataba cada canción como una pequeña obra de teatro. También de su pasado interpretativo le quedó un humor muy particular. «Se reía como se ha reído Fernán Gómez, Rafael Azcona, porque era de una generación de sobrevivientes que pasaron la posguerra con sentido del humor, el humor del absurdo», aseguraba ayer Rosa León, productora de varios de sus discos.

En 1960 publicó su primer disco, un EP editado por Zafiro en el que se encontraba «Ojos sin luz», la canción con la que ganó en el Festival de la Costa Verde. En esos comienzos ya mostraba esa versatilidad que la caracterizó, pues igual cantaba boleros y rancheras que melodías románticas. Pero aún no era una cantante reconocida. Todo cambió en 1961 cuando grabó con orquesta «La flor de la canela», un vals peruano que había registrado en 1950 la cantautora Chabuca Granda y que fue grabada por primera vez en 1953 por Los Moruchos. En España la grabaron primero Los 3 de Castilla y poco después aquellos Los Gemelos (es decir Santiago y Julián López Hernández) que durante años fueron inseparables de Pradera.

Treinta discos de oro

Ese encuentro condujo a que María Dolores se centrara definitivamente en el cancionero hispanoamericano y en sus estilos más populares. Ella mismo reconoció que buena parte de su éxito se debía a las guitarras y coros de Los Gemelos. De la colaboración entre ambas partes saldrían himnos del repertorio de la artista madrileña como «Amarraditos», «Fina estampa» o «El rosario de mi madre».

Poseedora de 30 discos de oro, entre sus trabajos sobresalen «Reverdecer» o «A mis amigos» (1988), que supusieron su vuelta a los escenarios de los que había estado retirada desde 1983 por una enfermedad. También dedicó discos a Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez y Carlos Cano. El magnífico «Por derecho» (un directo de 1991), «Caminemos» (1996), «As de corazones» (1999), que fue disco platino, «Al cabo del tiempo» (2006) -junto a Los Sabandeños- son algunos de los discos más vendidos de la que una vez Monserrat Caballé rebautizó como «la dama del bien decir».

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