Hay veces que uno está deseando que Maria acabe de cantar y Marcel deje de manipular sus guitarras para poder aplaudirles. También apetece levantarse de la silla y jalearles, gritar cualquier cosa. Pero mejor no, mejor quedarse sentado y esperar. Ya aplaudiremos, jalearemos y mostraremos lo que nos entusiasma su música cuando ellos quieran. Estamos bajo su poder, nos llevan por donde quieren, haremos lo que nos digan. Mostraremos la emoción que nos despiertan sus canciones o la enterraremos, según les convenga. Una vez aceptadas las condiciones que nos impone su forma de entender la música, sus cabezazos entre la tradición y la vanguardia, sus embestidas entre la melodía y el muro ruidoso, el susurro y el grito, la ultratumba y el cosmos, la insinuación y el estellesiano "a mamar, tots els versos", ellos son los amos.

Y el público valenciano es especialmente favorable a Maria Arnal i Marcel Bagés, la sumisión es entusiasta, la conexión no falla. Y eso que no fue el del miércoles por la noche en el Olympia de València, donde el dúo cerró la gira de "45 cerebros y un corazón", un concierto fácil. Un problema con el sonido que los músicos achacaron al teatro, obligó a retrasar más de una hora el acceso del público al edificio y el comienzo del espectáculo. Pero ni una protesta y apenas un par de deserciones cuando un portavoz ofreció al respetable la posibilidad de recuperar el dinero invertido en la entrada ante la certeza de que el espectáculo iba a presentar alguna tara.

Pese al retraso y los esfuerzos (estaban intentando solucionarlos desde primera hora de la tarde), los problemas en el sonido persistieron durante una parte del concierto. Un molesto pitido acompañaba los guitarrazos y acoples de Marcel, y a él sobre todo se le notaba tenso ante la posibilidad de que en cualquier momento se fuera todo a la mierda. Uno supone que Maria tampoco estaba de mejor humor, pero supo conservar la calma. Y poco a poco, esta mujer pequeñita y cantante prodigiosa, y este hombre algo más grande y ensimismado con sus cacharros y pedales, fueron domando la situación, enfrentándose a los elementos hasta doblegarlos.

Los primeros temas - "45 cerebros y un corazón", "Bienes", "Jo no cato per la veu", "Cançó de la Maria Ginestà", "Cançó del taxista"- son los que más se vieron condicionados por estos problemas que a punto estuvieron de suspender el concierto, tal como reconoció Maria Arnal en algún momento. Pero lo dicho, poco a poco, tirando de las enormes tablas que han adquirido tras los ciento y pico conciertos que han dado desde que publicaron el disco en 2017, lograron remontar la actuación. También contribuyó a la doma la aparición de su productor David Soler a modo de segundo guitarra y, sobre todo, el juego que los artistas crean entre las luces y la pantalla situada detrás de ellos, donde las sombras que proyectan Marcel y, sobre todo, Maria se convierten en una extensión de la banda, haciéndoles más grandes o más pequeños, más poderosos o más débiles, según convenga a la canción.

La respuesta del público ante "No he desitjat mai cap cos como el teu", "Desmemoria", la nueva "Big data" y, sobre todo, ante la brutal versión de la ya de por sí brutal "Canción total" de Las Víctimas Civiles, y ante ese pequeño milagro titulado "Tú que vienes a rondarme", fue todo lo entusiasta que merecían. Los bises, como ha sido habitual en la gira, fueron para las "valencianas" "Ball del vetlatori" (que aprendieron de Pep Gimeno "Botifarra") y el "A la vida" de Ovidi Montllor. La lucha de Maria i Marcel contra los elementos había sido tan enconada que podrían haber llegado a estas alturas desfondados. Pero no, aún le dieron el pellizco de emoción necesario para conseguir una ovación de esas que dejan el recinto sin espacio. Quizá alguno diría, mientras salía del Olympia, que, claro, no había sido su mejor concierto, que los de la Rambleta o el Cabanyal o Sagunt antes habían estado mejor, por lo que sea. Es posible, y ya da igual. El de anoche fue un concierto, el último por un tiempo, de Maria Arnal i Marcel Bagés, y ya con eso algunos tenemos suficiente.