Tertuliar con Raimon y Manuel Vicent supone un raudal de modernidad. La amistad con Andreu Alfaro los ha unido de nuevo en València dentro del ciclo que ha organizado la Fundación Bancaja sobre el escultor. Se ven más en verano, cuando uno está en Xàbia y otro en Dénia, aunque su tremenda complicidad viene de lejos.

«Lo miro todo como un espectáculo», dice Manuel Vicent (La Vilavella, 1939) cuando se les pregunta si están preocupados por la irrupción de la extrema derecha en Andalucía. «Un espectáculo siniestro», añade el escritor, para empezar un carrusel de ironías. «Yo si estoy preocupado», agrega Ramón Pelegero Sanchis (Xàtiva, 1940). «El anticatalanismo es una fuente de energía del españolismo», sostiene Vicent. «Siempre lo ha sido», remata el cantautor.

Sobre la rapidez y fugacidad de los tiempos actuales, el autor de Tranvía a la Malvarrosa argumenta que el móvil es un arma de destrucción masiva. ¿Son apocalípticos? «Como espectáculo, la apocalipsis es el 'top'», coinciden entre risas sarcásticas.

«El hecho que la cultura esté en la punta de los dedos y que cualquier ignorante tenga una forma de percutir en la opinión pública está cambiando la historia de la humidad», y «el mundo se inaugura en cada telediario», advierte el escritor, que explica que el cerebro aún no ha interiorizado la capacidad potentísima de esa arma, y pone como ejemplo que a todos los políticos los cogen en fuera de juego y por eso empiezan a taparse la boca cuando hablan. «El móvil todavía no lo han tapado». Raimon asiente.

Aliados naturales

El de Xàtiva se anima cuando sale el recuerdo de su amigo escultor, y como en la València de los cincuenta se gestó un grupo único de intelectuales y artistas con Joan Fuster, Vicent Ventura, Alfaro y el mismo. «Pocos, pero con una capacidad de atracción increíble». El club universitario y aquella mítica tertulia de los lunes los unió para siempre. «Son gente que rompe la endogamia de aquella 'València, jardín de flores' y están al día del mundo en el que viven, leen mucho en francés, en italiano, y también en castellano y catalán». Vicent recuerda que entonces ya estaba en Madrid, «pero mis aliados naturales eran ellos». Asegura que si se hubiera esperado dos años más no se hubiera ido a Madrid». «Me fui porque València era un desierto, mi idea era ir a París, pero como mi madre se puso mala de cáncer, me quede más cerca».

Aquí fermentó primero la recuperación de la dignidad del valenciano, que provocó una guerra filológica. «Cuidado, que aquí por una palabra te ponían una bomba». Luego hubo, en su opinión, otro renacimiento cultural en los ochenta. Afirma que aquello que en Madrid se llamó la movida, se gestó en Valencia, en el Barrio del Carmen, y luego se transportó a Madrid.

Ellos se fueron, uno a Barcelona y el otro a Madrid, pero Alfaro se quedó. «Alfaro podía enviar su obra desde casa, pero cuando empece a cantar, aquí no había ninguna casa de discos», se excusa Raimon.

Para Vicent, «el detonante de Alfaro fue su amistad con Fuster, que decía que debajo de los cimientos de València está el Partenón, y que no se necesita ir a Grecia porque el fondo del Mediterráneo está lleno de dioses nombrados».

Aunque cita a Pla para mostrar su escepticismo de una cultura común, porque en el Mediterráneo en pocos quilómetros se cambia hasta el nombre de peces.