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Crítica

Homenaje a los orígenes

Homenaje a los orígenes

Hay que fijarse en el blanco de la cometa inicial y en sus colores finales. También en el vestuario de los dos principales personajes. Durante ese paseo cromático sucede todo lo que se espera del Cirque du Soleil. Contorsionistas increíbles e imposibles, uniciclos con volatineras, equilibristas en alambre alto, rueda de la muerte, acrobacias entre aros, balanceo en sillas, buena música en directo, y sobre todo los payasos, que hacen de hilo conductor en ese homenaje al mayor espectáculo del mundo que es Kooza. Porque la función está escrita y dirigida por David Shiner, un veterano payaso que se toma muy en serio su trabajo. Empezó colaborando con el Cirque du Soleil en los años noventa, pero también ha estado en la mejores circos.

El hilo argumental de Kooza es el Inocente, ese personaje de la cometa, que busca un lugar en el mundo, y que sera tentando por el Trickster (embaucador). La melancolía que desprende el protagonista está compensada por el trio de payasos, que comanda el Rey. Aunque la trama argumental supongo que importa poco, porque el público del circo necesita emociones, sorpresas y risas para salir de la carpa plenamente satisfecho. Un efecto que se consigue desde el primer número, porque además de contar con artistas suficientemente preparados para el espectáculo circense, la mezcla de luces, escenario, vestuario y música hace un conjunto espectacular. Mención especial es el vestuario, porque nada está improvisado, ni tampoco los supuestos despistes en el alambre. Así, mientras el Inocente lleva los típicos colores del circo (rojo, blanco y dorado) en líneas horizontales, el traje del Trickster es igual en colores, pero en vertical.

Programado en dos actos, con un largo descanso que permite disfrutar de todo el merchandising del Cirque du Soleil, el espectáculo se hace corto al no haber ningún corte, demostrando un gran control de la obra, tanto desde el punto de vista argumental como técnico, y eso que no es fácil montar determinados aparatos para los números más difíciles. Esa buena combinación entre las escenas más clásicas con las más novedosas hace imposible un mínimo despiste.

Como no podía ser de otra forma, el público no está pasivo y es frecuente la interactuación con los payasos. Hay que saludar que uno de los compañeros del Rey, el más bajito, incluso se atreva con el valenciano, y con un rotundo « xé, que bo!» se gana al respetable para siempre. El circo es arte y magia, se puede contemplar en familia y permite dejar por un momento las pantallas. Así que pasen, vean y disfruten.

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