La cifra parece una condena. La cantidad de años que Odiseo estuvo lejos de Ítaca. "El tiempo canónico de cualquier errancia", tal como reza la contraportada de "Los detectives salvajes". Dos décadas de espera, como vagando por el desierto, se diría a tenor del ansia que se vislumbraba en la cara de muchos de los asistentes al concierto de Superchunk, incluido Miquel Àngel Landete que, al frente de Senior i El Cor Brutal, proclamó insistente y justamente su amor por la banda norteamericana, sin disimular la emoción que le procuraba verlos actuar otra vez. Los valencianos calentaron el ambiente con "Cele", "La bomba de plaer" y "El cel de les Illes Caimán", con la sorpresa añadida de ver a Endika Martín detrás de una preciosa Fender Jazzmaster apoyando a sus antiguos compañeros. El barbudo guitarrista confesó haber estado en la prueba de sonido de los de Mac McCaughan y aseguró que el explosivo torrente decibélico se había escuchado hasta en Patraix. No mentía, no.

Comenzaron el concierto como una centella, electrizantes y contundentes. Sin pausa ni para cambiar de guitarras, y no vean el castigo al que las sometían. Una hora y cuarto repleta de energía, de vibraciones distorsionadas y de velocidad, pero también de buenas melodías, que se asomaban trémulas pero brillantes detrás de la muralla enmarañada de decibelios que levantaron los de Chapel Hill. Todo tal como mandan las normas de aquel indie rock noventero que voló la cabeza de los asistentes cuando eran unos chavales que se aferraban a la música alternativa como elemento de disfrute personal, pero también de crecimiento intelectual y como herramienta socializadora.

Han pasado veinte años desde que Superchunk estuvo por última vez en València, y algunos más desde que la gente que estaba en La Rambleta frecuentaba, muchas veces en soledad y castigados por la incomprensión de sus cohabitantes de barrio o instituto, locales como Raza, Tranquilo, Rocafull, Garaje Arena o Revólver. Lugares fundamentales para comprender aquella escena musical valenciana y a las personas que la poblaban y evolucionaban en ella, mientras escuchaban en la radio programas como Sigue la Pista o Los 39 Sonidos. Fue en esos territorios donde descubrieron a una banda rebosante de dinamismo juvenil, inconformismo social, crítica política y de la filosofía efímera y autosuficiente del punk.

Durante todo este tiempo, el grupo de Carolina del Norte ha seguido editando buenos discos de manera periódica, llenos de canciones fabulosas como "Reagan youth", que sonó abrasadora y lamentablemente actual o "What a time to be alive", hermosa pese a la amargura que esconde. "Erasure" fue acogida por la peña como la obra maestra que es, igual que "Out of the sun", lo más delicado que llegaron a tocar. Volvimos a los noventa con himnos como "Driveway to driveway", con el que empezaron el concierto, "Iron on" con ese ruido melódico tan representativo de su época y con la magnífica "Hello hawk", intensa y fracturada, de mis favoritas. El terremoto llegó con "Slack motherfucker" y "Hyper enough", salvajes pero cálidas como el pogo que se bailaba arriba y abajo del escenario, y con ese escupitajo de hardcore atómico que es "Precision Auto", final por todo lo alto que dejó en trance y con dolor de oídos a más de uno. Y con ese pitido y ese dolor en las articulaciones que produce menearse como pollo sin cabeza a ciertas edades, un ibuprofeno y a la cama, maravillado por enésima vez por el poder evocador y curativo, casi sobrenatural, de esta barbaridad llamada rock and roll.