Celebro que À Punt suba de audiencia porque sigue semiclandestina, así que cuando decidan hacer televisión se saldrán. Era fácil subir las mediciones de espectadores tras el fracaso de copiar a laSexta. Parece que la nueva temporada trae cambios. Veremos, aunque apuesto que seguirán los mismos teleñecos. El consumo televisivo generalista se ha incrementado, como indica el informe de Barlovento Comunicación, con datos de Kantar. El año pasado se cerró con 5 horas y 44 minutos diarios, una media hora más que 2019. También han aumentado las subscripciones a plataformas de pago para confirmar que la industria audiovisual es circular. Una de las gigantes se asocia con una cadena para producir una serie, que será vista primero en televisión y luego pasará al catálogo de la multinacional. «La casa de papel» es el ejemplo. Antena 3 distribuyó las dos primeras partes en España, hasta que la adquirió Netflix que la reeditó por todo el mundo y además asumió el coste de la tercera y cuarta saga. Se están rodando los capítulos de la quinta y última temporada que se estrenarán en seis meses.

El regreso de la televisión pública valenciana también era para rescatar nuestro maltrecho sector audiovisual, está en la ley botánica. Sin embargo, el ecosistema de productoras que han trabajado en À Punt merece un estudio detallado que nadie se atreve a realizar no sea que le quiten su parte alícuota de pantalla. Espero que no se atrevan a poner de ejemplo los nuevos capítulos de «L’Alqueria Blanca» porque más que activar la industria nos convierte en los reyes del costumbrismo aldeano. Hace lustros que ninguna editorial valenciana publica sainetes, porque han crecido escritores urbanos con calidad superior a la literatura escandinava. Las exitosas series danesas, noruegas y suecas están entre las más vistas de las plataformas, tanto que han realimentado el sector editorial de esos países con decenas de traducciones y el sustento laboral de sus creadores como los guionistas más solicitados del mercado. Aquí nadie es capaz de sentar en una mesa a esos protagonistas, mientras los responsables de la programación de À Punt siguen anclados en un sistema que les obliga más a comprar que a producir.

Reivindicamos el producto de proximidad para nuestra cocina y restaurantes, pero seguimos sin ser capaces de subirnos al carro de una de las industria del futuro.