Entrar en las biografías de nuestro Ricardo no es hacer un repaso por espacios de aventuras. Yo diría que el niño revoltoso jugó demasiado con la cabeza. Pero la cabeza tiene un rico camino de emociones para aquel que si no la recorre la desampara. Y yo he llegado a imaginar que él la fecundó por dentro, y si no la miró por fuera, que seguro que sí, es porque dentro rondaba el pensamiento y fuera la mirada. Pero también la voz. Porque Ricardo lo mismo que es capaz de escribir es capaz de callarse. Sus silencios se los guarda lo mismo que le pone su música a las palabras. Es capaz de vivir la emoción de unas y otras, sin dejar de reservarse los silencios que toquen.

En todo caso, Ricardo, que es tan capaz de entrar en la creación como en la lectura de los creadores, y acercase a ellos no sólo con imaginación propia sino con ternura, ha sido siempre tan vivaz como seguramente rotundo.

Tan enérgico y valiente como generoso.

Más íntimo que poético o más poético que íntimo.

Tan metido en si mismo desde la emoción como desde la energía.

Miró y vivió el pasado, pero pasó de un lado a otro, es decir, de antes a después, por su camino propio. El camino propio puede ser el de la sociedad, la literatura o la política, pero la vida tiene sus caminos y Ricardo jamás quiso despejarlos.

Este caminante tiene un baúl lleno de emociones, y las reparte, pero no van a faltarle las que nos ha entregado a lo largo de su vida, no sólo en los periódicos o en los ensayos y en la narrativa, no sólo en sus discursos vivaces, sino en la fraterna generosidad que todo un mundo de poetas ha recogido de su poesía al tiempo que ha llegado a regalarle la propia. Las estanterías vacías que para mí no son tales o que puedan darse por vacías en su plenitud interior. Donde el verso es voz, por supuesto, pero a lo mejor está más allá de la voz. No sé si la voz me viene al pensamiento o el pensamiento de esa voz me baila en el alma.

Mi querido Ricardo: reparado como estoy hoy en el cuerpo flojo, me alegro de verte alegre en la luz que te mantiene. Y en la poderosa luz que nos une desde la concordia y el cariño.