Lo he dicho y escrito muchas veces: en este país hay más gente que escribe que gente que lee. Si todos los que escriben leyeran libros esto sería Hollywood. En los años ochenta del pasado siglo se decía que si levantabas una piedra aparecía un diseñador. Ahora si levantas una piedra asoma la cabeza un escritor, pero no la de un escritor cualquiera, qué va: lo que aparece es la cabeza de un genio, como si la piedra se hubiera convertido en la lámpara de Aladino.

También hay casos que son para morirse de risa. Unos dicen que no leen porque así no se sienten influidos por nadie a la hora de escribir sus «obras maestras». Otros lo primero que hacen es llevar el original al registro de la propiedad intelectual (o como se llame eso). ¿Y saben ustedes por qué hacen eso?: ¡pues para que no les plagien el libro si lo presentan a un concurso! Es que me muero de risa, se lo juro. ¿Hay más casos estrambóticos?: pues claro. La moda de las series televisivas ha hecho crecer como setas en otoño un nuevo tipo de escritores: no hace falta leer libros -piensan- para inventarte una historia de marcianos vestidos como los vikingos, o una saga de romanos que vuelan en dragones voladores hasta llegar a Murcia, o un remiendo de «Verano Azul» para demostrar que entre el tiempo de antes y el de ahora tampoco existen tantas diferencias. Pero ojo: también hay escritores famosos que ya desde la primera línea escriben pensando que algún día su novela -llena de personajes estereotipados- dará lugar a una serie de televisión. De hecho, una de las primeras preguntas que hacemos los periodistas al autor o la autora es si cree que su novela puede dar para una película o una serie: «pues no lo había pensado, pero ahora que usted lo dice…».

Con motivo del desánimo que cundía en el mundo de la lectura, Stefan Zweig escribía en ‘Encuentro con libros’ lo que pensaban algunos de sus contemporáneos: «El tiempo del libro ha acabado, ésta es la época de la técnica; el gramófono, el cinematógrafo, la radio son más prácticos y más eficaces a la hora de transmitir la palabra y el pensamiento, y de hecho comienzan a arrinconar al libro». Esto lo escribía Zweig en 1931 y es lo mismo que se dice ahora, ¿no les parece? El magnífico escritor austriaco nunca estuvo de acuerdo con esa afirmación casi apocalíptica. Y tenía razón. Los libros siguen existiendo. A pesar de la influencia de la televisión, de las redes (a)sociales, de las ediciones digitales, el libro en papel sigue su andadura. Lo decía Roger Chartier en Lectura y pandemia: el libro en papel es puro placer, el electrónico es útil. Sin embargo ese concepto de utilidad no ha conseguido arrinconar las lecturas de toda la vida. Los libros son para tocarlos, para olerlos, para rayar las frases que te gustan o aquellas otras que te parecen detestables. Hace tiempo leía una novela de un escritor español famosísimo que siempre suena para el premio Nobel. Fui subrayando muchas frases terroríficamente mal escritas. Al final, no pude más y con trazo grueso escribí: ¡burro! Tampoco entiendo una costumbre bastante extendida: la de forrar los libros. Así duran más, dicen. Los libros duran en nuestra memoria, en nuestras vidas, en el mundo que construimos precisamente con la ayuda de esos libros. De tantas lecturas, muchos libros acaban descuartizados. ¡Qué buena señal esa del descuartizamiento! Es la prueba de que los hemos leído muchas veces. Si hemos visto infinidad de veces una película que nos ha gustado, ¿por qué no podemos releer infinidad de veces un libro que nos conmovió la primera vez que lo leímos?

Un detalle que mueve al optimismo lector: en tiempo de pandemia hemos leído más que antes. Casi todas las librerías se han dotado de medios informáticos que les permiten ejercer su oficio con eficacia, aunque la sombra de Amazon siga siendo alargada. También las editoriales han hecho lo mismo. Hay una plataforma para libros de segunda mano (uniliber o iberlibro) y otra para libros más actuales (todostuslibros). Esas plataformas te ponen en contacto directo con las librerías. Creo que ya es momento de volver a esas librerías, las librerías de carne y hueso, esas que yo llamo de mirar, tocar, comprar, leer. Ya sé que competir con una tradición en que los libros eran un objeto volante no identificado es difícil. Y que mucha gente prefiere que se le reviente el corazón con las ruinas momificadas de «Sálvame» o Ana Rosa Quintana. Pero también sé que un libro es a veces como un salvavidas en medio de un mundo con la moral en bancarrota. Miren lo que también escribía Stefan Zweig: «desde que existe el libro nadie está ya completamente solo». ¡Qué bonito, ¿no?! Pues ánimo.