El Premio Iturbi concluyó el viernes sin que en su final apareciese ningún pianista capaz de fascinar a nadie. Ninguno de los tres discretos finalistas -un japonés, una georgiana y un ruso-, logró excelencia en una velada sin pena ni gloria, en la que se escucharon dos deficientes versiones del Primer concierto de Chaikovski y el Primero de Liszt, tocado por Alekséi Sichev, que fue lo mejor -o lo menos malo-. Esta crítica fue escrita antes de que se hiciese público (en la noche de ayer sábado) el fallo del jurado, por lo que el firmante ignora la decisión del jurado. Pero, oído lo oído y visto lo visto, el primer premio tendría que quedar desierto.

Desde luego no hizo méritos ni para el primero ni para ningún otro galardón la georgiana Salome Jordania, que comenzó bien su interpretación del Primer concierto de Chaikovski a pesar de un desquiciado pasaje de octavas, a tres mil por horas y pedal a tope. Pero, poco a poco, su pianismo inexperto se fue descomponiendo hasta un catastrófico tercer movimiento, que desembocó en el caos total, con reiteradas pérdidas de memoria y evidente incapacidad para sobreponerse a la debacle. Momentos de desconcierto sin solución. La Orquestra de València, bien dirigida por un maestro solvente como el valenciano Rubén Gimeno, salió como pudo del atolladero y, finalmente, solista, profesores y maestro concluyeron más o menos juntos el concierto.

El otro finalista que tocó el Concierto de Chaikovski fue el japonés afincado en Francia Rytaro Suzuki, quien en la final no mostró nada o casi nada de la clase y temple que había lucido dos días antes en el Concierto Emperador de Beethoven. Fue el suyo un Chaikovski desajustado y borroso, epidérmico y superficial, de muchos decibelios y poco nervio, ayuno de efusión y lirismo, con un pasaje de octavas aún más alocado que el de su colega Salome Jordania: aquello parecía más una ametralladora escupiendo balas-notas que un piano generando armonías y emoción.

El ruso Alekséi Sichev, que muchos no entendimos que pasara a la final tras tocar el miércoles un discreto Emperador de Beethoven, en esta ocasión superó con creces a sus dos fallidos rivales. En el caso inesperado de que el jurado decidiera no dejar vacante el primer premio, éste tendría que ser para él. También para la Orquestra de València, que pese al oficio de Rubén Gimeno y el empeño de sus músicos, no logró el milagro de hacer que sonara mínimamente decente en la acústica imposible del Principal. Los responsables del Palau de la Música tendrán que plantearse seriamente irse con la música a otra parte, a un lugar que reúna las mínimas condiciones exigibles. Programar un concierto en el escenario sin concha acústica del Principal es tan estúpido como organizar un campeonato de natación sin agua en la piscina. De no hacerlo, serán ellos los que tendrán que coger los bártulos…