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Crónica

James Rhodes, un pianista en Sagunt

James Rhodes en el Teatro Romano de Sagunt.

James Rhodes sabe como nadie que la espontaneidad vende. Sobre todo, con acento inglés. El pianista británico actuó el pasado jueves en el festival Sagunt a Escena entre la expectación de los locales y la curiosidad de la prensa valenciana. Horas antes de subirse al escenario compartió su inquietud sobre la diferencia entre el catalán y el valenciano a través de las redes sociales. Este atrevimiento provocó una oleada de críticas pero también de buenas palabras hacia el pianista. Es tierno pensar cómo un británico enamorado de la fotogenia de España puede meterse en un jardín así, sin comerlo ni beberlo. El caso es que entre pregunta y respuesta, follow y unfollow en las redes sociales, las entradas de su concierto en el Teatro Romano se agotaron.

Con una escenografía minimalista y un calor de locos, Rhodes se propuso defender un programa sobrio, dominado por Beethoven y Brahms. Con esa mezcla de pop, psicodelia e ilustración que caracteriza la imagen del británico, Rhodes describió su concierto como un homenaje a Beethoven, compositor que el año pasado celebró el 250 aniversario de su nacimiento. Embelesó al público alabando la belleza del teatro y manifestando lo «jodido» que estuvo porque el «puto virus» canceló todos sus conciertos en 2020.

Mientras, el movimiento de los abanicos de cartulina que el festival repartió entre el público -el mercurio marcaba 28 grados en lo alto del castillo – casi consiguió romper con la atmósfera ritual que se respiraba. Pero en cuanto Rhodes comenzó a pulsar las notas del Stainway, el ventilador coral de la grada se apagó por completo. Los cuerpos se templaron al escuchar por fin a Bach. A continuación, comenzó el programa del británico, formado por la Sonata en Mi menor Op 90 y la Sonata ‘Waldstein’ de Beethoven, así como una rapsodia y un intermezzo de Brahms.

James Rhodes en Sagunt. Provi Morillas

Rhodes no es conocido por ser un buen pianista, sino por ser pianista. Y buen conversador, además. La técnica desapareció alguna vez en su intervención, dejando a un Beethoven emborronado en los mejores momentos.

El británico suele combinar la interpretación de piezas maestras de la música clásica con anécdotas sobre compositores, así como algún chascarrillo sacado inocentemente, como es Rhodes, de la cultura popular española. En Sagunt, por ejemplo, echó mano al valenciano, al chiste de los catalanes y a los tacos. Hasta Bisbal fue nombrado en el Teatro Romano.

Sin embargo, nada de eso importa cuando Rhodes hace gala de su ternura para ganarse al cuñado que está en la butaca. A este loco que ama España y nuestras contradicciones hay que quererle, aunque sea un poco. Sobre todo porque con esos chascarrillos, Rhodes ha conseguido que un concierto de cámara pueda acercarse a lo mainstream. Es curioso cómo nos sentimos atraídos por los supervivientes. A veces, merece la pena, otras, simplemente es entretenido.

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