El pasado es algo que sucede en el presente. Lo decía William Faulkner, creo que en su novela Réquiem por una mujer. El tiempo de antes lo hacemos nuestro cuando lo convertimos en memoria. También cuando lo olvidamos. En este país sabemos mucho de olvidos y muchísimo, infinitamente menos, de memoria. Y es que la memoria da miedo demasiadas veces. Por eso preferimos dejarlo todo atrás como si no hubiera existido. El pasado curtido en el dolor provoca rechazo a la hora del recuerdo. Preferimos quedarnos con lo bueno, aunque sepamos que partir en dos el tiempo que vivimos -lo bueno y lo malo- es una trampa, la manera más burda de caer en la emboscada del engaño, esa majadería en que demasiadas veces convertimos la preciosa ocasión de convertir la sorpresa repentina en un feliz deslumbramiento. La historia de Bruno Lomas arranca en Xàtiva en 1940 y acaba en una autopista valenciana cincuenta años después. Siempre que se habla del mejor rockero español de todos los tiempos lo hacemos como si todo fuera olvido. Y no es así. Hay muchas voces que siguen llevando su nombre y su música por todas partes, que lo han incluido en lo mejor de su trabajo y de sus vidas. El primer libro que me llegó sobre su vida y su obra fue de Miguel Siurán, hace ya infinidad de años. El último sería el de una de las personas que más ama la música y, sobre todo, la que hizo Bruno Lomas a lo largo de sus muchos años de existencia artística. Hablo de Vicente Fabuel, paisano serrano que sabe más del pop y rock valencianos que quien los inventó.

Anteayer recibí un wasap de Vicent Gay, que fue bajista de Els 5 Xics, uno de mis grupos inolvidables. Recordaba en un breve mensaje que ese día 17 de agosto Bruno Lomas se estrelló con su coche contra un camión. Acababa de salir de su casa en La Pobla de Farnals: iba a actuar en una urbanización de Llíria, como hacía en los últimos años en otros sitios parecidos, cuando ya hacía mucho que había dejado de ser portada en casi todos los medios musicales. Con su música grabada bajo el brazo, seguía siendo el de siempre, esa mezcla de Gene Vincent, Elvis y Little Richard pasada por el túrmix de una personalidad tan propia que lo convertía en irrepetible. Hacía, esa tarde de agosto, más de treinta años que se dedicaba a la canción. Los Milos fue su primer grupo, con Salvador Blesa y Vicente Castelló. Luego se fue Blesa y entró otro monstruo, uno de los músicos más importantes que ha dado el pop valenciano: Pascual Olivas. Después ya sucedió todo lo que habría de ser la vida de Bruno Lomas. El éxito apoteósico. La victoria en los principales festivales de aquellos años. Los discos vendidos a capazos. Hasta grabó, mediados los sesenta, el que sería el primer disco en directo en España. Después de Los Milos triunfaría con el grupo Los Rockeros, con quienes actuaría en el mítico Olympia de París al lado de figuras como Stevie Wonder y Dione Warwick. Me pasaría días enteros escuchando a mi amigo Sento, que tocaba el bajo en el grupo, las historias de aquellos años que a ratos se parecían a una novela de aventuras.

Un día este país cambió de dictadura a democracia y los tiempos fueron otros. Esos nuevos tiempos encumbraron a Miguel Ríos en el universo del rock y señalaron el declive de Bruno Lomas. Era muy de derechas y lo siguió siendo. Sin embargo nos encontramos con una paradoja: la derecha que tantos años gobernó en la Generalitat y en el Ayuntamiento de València nunca le hizo puñetero caso. Su forma de vivir le parecía, a esa derecha hipócrita y corrupta, poco recomendable. Yo lo conocí cuando ya estaba casi fuera del mundo musical. Le hice varias entrevistas. Destilaba una especie de inocencia adolescente que buscaba un nuevo futuro cuando el futuro era y sigue siendo ese cuento chino que nos ponen delante del morro para que no nos ocupemos del presente. Compuso sus propias canciones y hubo versiones en su repertorio que poco o nada tenían que envidiar a las originales. Me quedaría con muchas de esas versiones, pero saco aquí las que hizo de «Stand by me», de Ben E. King, y «Don’t Let Me Be Misunderstood», uno de los mayores éxitos de los Animals. Sin descuidar, claro que no, la enorme «Got to Get You into My Life» que los Beatles sacaban en su álbum Revolver. Lo último fue el homenaje, en forma de disco, que le ofreció el grupo Seguridad Social. Un magnífico detalle con uno de sus ídolos. Y siempre, en el territorio artístico y afectivo de la admiración y el respeto, el que a lo largo de su ya prolífica carrera le dedica mi amigo entrañable Emilio Solo en cada uno de sus conciertos.

El pasado 27 de julio, el ayuntamiento de La Pobla de Farnals lo nombró hijo adoptivo y dejó su nombre impreso en la plaza que finaliza el paseo marítimo del pueblo. Y, hoy mismo, el grupo Lo Más Rock ofrecerá su “Tribut a Bruno Lomas” en el marco nocturno de la Fira d’Estiu. El pasado -ya lo dije al principio de esta columna- regresa en la forma noble y digna de una memoria agradecida. Treinta y un años que se fue el mejor rockero español de todos los tiempos. Estas líneas son parte de esa memoria. Llena de luces y de sombras, claro que sí, como todas las memorias que no quieren ser una impostura. Sigan escuchando a Bruno Lomas. Seguro que les hará bien en estos tiempos de cruel desasosiego. Seguro.