En el circo del rock and roll los volcanes han jugado, casi siempre, un papel metafórico. El amor ardiente y explosivo, la pasión corriendo espesa e incandescente por la cama, impregnando las sábanas con ríos de lava al rojo vivo, erupciones de placer atronadoras que parecían tirar abajo la casa de los amantes y, de paso, la del vecino. Si encima le meten unas guitarras afiladas y un ritmo lascivo, como los canadienses Danko Jones hacen en la pliniana «Active volcanoes», los ánimos se disparan como magma a través de grietas y chimeneas. También los hay que se lo toman con más calma, como un volcán hawaiano. Damien Rice, en «Volcano», compara el poder destructor de estas bestias de la naturaleza con el del amor doloroso, intenso e impredecible cuando existe una considerable diferencia de edad y experiencia entre las partes.

ROCK VOLCÁNICO

En el plano literal, los volcanes han sido, de una u otra manera, coprotagonistas de algunos eventos rockeros. Recuerden el legendario directo que ofreció Pink Floyd en Pompeya, en el anfiteatro de la ciudad que quedó sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79. La actuación se produjo sin público y su filmación plasmó uno de los momentos más impresionantes de la historia del rock, con una banda enterrando su yo anterior, dejando el cadáver a la vista de todo el mundo, como aquellos desdichados romanos que fueron sorprendidos por el desastre y descubiertos, tal cual se quedaron, diecisiete siglos después.

La isla de Montserrat también tuvo su ración de piroclastos. En 1979 George Martin, el quinto Beatle, montó en este trocito del Caribe un estupendo estudio de grabación con mansión, piscina y un montón de lujos más con los que satisfacer las necesidades creativas y lúdicas de estrellas del pop como Police, Phil Collins, Elton John, Dire Straits, Michael Jackson y Duran Duran. También pasó por allí gente decente como los Stones, Black Sabbath y Lou Reed, no se crean que todo era mullets, hombreras, calvas y tintes. El caso es que el paraíso tenía trampa. Aquella islita es el hogar de Soufrière Hills, el volcán más activo de la zona, cuya terrible erupción de 1995 acabó con los sueños de reconstruir los estudios AIR, que ya habían padecido serios destrozos durante el huracán Hugo en 1989. Existe documental sobre el asunto, «Bajo el volcán» de Gracie Otto, como también una peli con el concierto benéfico para las víctimas del desastre que ofrecieron algunos de los artistas arriba citados.

Hoy, el desatino está aflorando con motivo de la tragedia de La Palma. Reporteros dicharacheros, expertos alarmistas, los drones, la televisión espectáculo, las predicciones al tuntún, la ministra Maroto con lo del turismo volcánico. Hasta un pavo que ya se ha quemado la mano tocando una roca candente mientras grababa la idiotez con el móvil, como esos influencers majaderos que mueren víctimas de sus estúpidas prácticas buscando una foto molona. Ríanse al pensar que esta situación ya fue vaticinada por Siniestro Total en aquella canción que decía «vamos todos de excursión, va a empezar la erupción; vamos todos al volcán, allí podremos merendar». Siempre supieron que en España hay más tontos que botellines.