Se acaba el año y proliferan las listas con lo mejor y lo peor que nos ha ofrecido, los resúmenes y las valoraciones de lo ocurrido. Con la que ha caído, y por lo visto, la que queda por caer, ya nos podemos dar con un canto en los dientes. Este año volvimos a recuperar definitivamente las actuaciones musicales multitudinarias al aire libre. Al principio fue sentados, con aforo reducido, separación y mascarilla. Un éxito, ni rastro de focos de contagio masivo, como los más pesimistas esperaban. Sí que hubo algún momento de tensión provocado por el comportamiento excesivamente efusivo de la peña, pero también por la poca cintura de los numerosos vigilantes de seguridad, que demostraban, en muchas ocasiones, demasiado celo en sus labores. Que te apunten con la linterna en los ojos por levantarte para comprobar la ocupación del recinto, te riñan por ir al baño las veces que necesites o insistan, groseros, en que aceleres el paso para ocupar tu localidad fueron intervenciones innecesarias que crearon conflictos absurdos y bastante malestar.

Este año trajo de vuelta a algunos clásicos del rock, para regocijo de arqueólogos y nostálgicos que disfrutaron con el esperadísimo documental de Todd Haynes sobre The Velvet Underground, se durmieron plácidamente con el trabajo de Peter Jackson sobre The Beatles y aflojaron mansamente la manteca por el Springsteen de No Nukes, uno de esos documentos históricos «fundamentales» que aparecen sospechosamente antes de las navidades. Regresando al presente, de lo escuchado este año me quedo con «Cooler returns» de Kiwi Jr., «El tsunami emocional» de Luis Prado y «Años Luz II» de La Habitación Roja, porque no me aburro de escucharlos. De lo visto sobre un escenario en 2021, destaco las actuaciones de Cracker en el Deleste, Fuerza Nueva en La Marina y Juan Perro en Viveros. De lo publicado, les recomiendo la biografía de Frank Zappa escrita por Manuel de la Fuente; La música de los mods originales, de Daniel Llabrés y Jaime Pantoja, y la traducción que hizo Elvira Asensi de Hotel California, de Barney Hoskins.

Dicho lo cual, les cuento mi momento favorito de este 2021, jurándoles antes que yo sólo asistí a él como espectador. León Benavente toca para cerrar el Love To Rock. El globo es colectivo y descomunal. Cuatro mil personas bien adobaditas, disfrutando en su salsa del primer evento musical masivo en el que se podía estar de pie, bailando y alternando libremente después de año y medio de pesadilla. A mi vera, un cuarentón en franco estado subjuntivo, pero en paz y diríase que feliz, parece irradiar amor. De repente, se pone de espaldas al escenario. Con los ojos inundados por una acuosidad de satisfacción química mueve lentamente la cabeza, mientras respira hondo y asiente con esa mirada de ilusión emocionada que tienen los niños en la mañana de Navidad. Su regalo es ver a tanta gente en éxtasis, como antes solía ocurrir. Frente a él, una mujer que está siguiendo el concierto, lo alcanza de un paso y le da un abrazo fuerte, largo y reconfortante, con un cariño absolutamente maternal, mientras le dice al oído: disfruta de las vistas, la música ha vuelto para quedarse.