Los músicos que actuaron el viernes y el sábado después de agotar las entradas en el 16 Toneladas formaron parte una vez de Seguridad Social, banda que obtuvo a mediados de los noventa un arrollador e incontestable éxito masivo en ventas y público y que se elevó como uno de los máximos exponentes del llamado rock latino. Eso vino justo después de publicar «Introglicerina», nombre del disco bajo el que concurrían las dos jornadas. Cuando «Chiquilla» aupó al grupo a la cresta de la ola, de los cuatro que tocaron este fin de semana sólo quedaba José Manuel Casañ, cantante, ideólogo y principal compositor.

¿Qué hubiera sido Seguridad Social de haber seguido los senderos estilísticos de «Introglicerina»? Un colosal disco repleto de guitarras potentes, distorsión contemporánea y una producción moderna, en la onda de The Cult, Beastie Boys, Aerosmith o Guns and Roses, alejada del rock con claros cimientos en el rhythm and blues que se facturaba en la España de 1990. Es la pregunta que se hacía un privilegiado asistente a la prueba de sonido del viernes. Incómodo ante la idea de haberse perdido durante años algo importante y poco conocedor de la trayectoria del grupo de Benetússer, pero profesional del sector, se formulaba aún otra más, con la carne de gallina, mientras veía el soberbio trabajo a puerta cerrada de un grupo humano que desplegaba una complicidad jocosa y, a la vez, un saber hacer experimentado y competente. ¿Gozarían del prestigio entre la parroquia indie que obtuvieron Los Enemigos o 091?

Sobre el estatus de disco de culto que tiene «Introglicerina» les recomiendo leer en internet lo que escribió Raúl Tamarit en la revista Efe Eme en noviembre de 2016. Yo no lo explicaría mejor. Raúl toca la guitarra y canta en una magnífica banda llamada Los Radiadores. Abrieron las dos veladas con sus afiladas canciones, críticas, directas, sin florituras, con melodías potentes y una energía primitiva rescatada de lo mejor del punk.

«Bona nit, fills de puta», saludó Casañ, el hiperexpresivo frontman, tras salir al escenario ataviado con un largo penacho de plumas como un gran jefe sioux y un antifaz mientras su banda, pletórica, parecía tener en sus manos el poder y la gloria. El dominio de un lenguaje compartido por una sala abarrotada, respirando como un solo pulmón. Latiendo como un único corazón, con un nudo en la garganta, dejándose llevar por la purísima esencia del rock and roll que bombeaba un sistema de sonido espectacularmente equilibrado. Sin nostalgia, con la intención de ajustar cuentas con el pasado. Usando como puñal un fabuloso y acertadísimo repertorio que incluía algunas de las mejores canciones escritas en nuestro idioma: «Soy un salmón», «No es fácil ser Dios», «Perdido», «Acción», «Qué quieres tú» o «Esto no es una canción».

Al final, la basca berreaba «Condenado» y «Todo por el aire» al borde del cataclismo emocional, con la misma pasión desbordada e hiperbólica que tiene esta crónica que tecleo con la furia de un maníaco adicto al orgasmo, desesperado al descubrir que la vida entera va cuesta abajo cuando no tienes la polla en la mano o, en el caso que nos ocupa, terminan conciertos tan especiales como este.