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Algo personal

Tres acordes para Quique

La presentación de ‘Todo lejos’ en Vilamarxant. | A.C.

Llevo medio siglo intentando aprender a tocar la guitarra. Tengo tres. Dos eléctricas me las regaló mi amigo Ignacio. Las trajo de uno de sus viajes por medio mundo con su familia y su caravana. Los viajes se fueron al apartado de pendientes cuando lo duro de la pandemia y ahora seguro que volverá a recorrer esos paisajes exóticos que son aún más exóticos cuando te los cuenta. La otra guitarra es de las clásicas. En cincuenta años he aprendido a tocar House of the rising sun y Las cuatro y diez, a mi manera. O sea: absolutamente irreconocibles. Pero bueno, tampoco se reconoce a Bob Dylan cuando interpreta sus nuevas versiones en los conciertos y tal vez por eso los Animals de Eric Burdon y mi hermano inolvidable Luis Eduardo Aute no me reprocharon nunca mi insuficiencia guitarrera. Quien sí que tocaba la guitarra como dios era Quique. En sus manos parecía un juguete, la manejaba como le daba la gana. No es que yo entienda mucho de música, pero algo sí. Sé cuándo me timan y también cuándo hay una vida suspendida en cada acorde. En el rincón más visible del estudio allí está ella, la clásica. Fuera de su funda, para que se vea sin antifaces. Algunas veces vienen a casa para hacerme una entrevista y siempre digo que salgan en las fotos la guitarra y el póster de los Beatles cruzando el paso de cebra en Abbey Road. De vez en cuando la cojo, me pongo a hacer dedos y acabo estampándola contra el sofá, como si fuera mi peor enemiga. Y para que la humillación sea más insufrible, subo donde los discos y me arreo una sesión masoca y a lo bestia de Jimi Hendrix y de las virguerías con doble mástil de Jimmy Page descalabrando con Led Zeppelin y Stairway to Heaven el silencio anaranjado del crepúsculo. En todo caso, hace poco, en Madrid, me compré un ukelele. Pensaba que igual con sólo cuatro cuerdas la cosa la salía más a cuenta a mi torpeza. Ya les contaré cómo ha ido la experiencia.

Hace ahora ocho años se publicó mi novela Todo lejos. La historia que cuenta es real, como suelen serlo muchas ficciones. Un grupo de jóvenes intentaba la revolución. Fueron detenidos y lo que pasó en aquellos meses de 1971 ha pasado casi al olvido. La novela es un homenaje a esos jóvenes, a lo que hicieron, a lo que nos dejaron como ejemplo de dignidad en los tiempos del miedo y del silencio. En esa novela salen muchas canciones de aquellos años. Con mi amigo Voro Golfe, en Vilamarxant, el pueblo donde viví muchos años y del que era el grupo protagonista de mi relato, hablamos de una hermosa posibilidad: un conjunto musical que interpretara en las presentaciones algunas canciones de la novela. En Todo lejos, el conjunto se llamaba Los Taburos y existió de verdad en aquellos años. Enseguida salió de Voro la idea: «Quique lo hará». Y lo hizo. Organizó el grupo. Y fuimos de turné con la novela y las canciones. Parecía Quique un personaje de Marcial Lafuente Estefanía, ese que siempre medía seis pies de altura y era el héroe de todas sus aventuras novelescas. Nunca supimos cuánto de alto era medir seis pies, pero imaginábamos que mucho, ya que para eso era el protagonista de la historia. Pues así, desde sus seis pies de estatura, manejaba Quique la guitarra con la misma maestría que los héroes del Oeste sus Colt 45 por las calles de Dodge City.

Conocía a Quique desde que nació, su familia era la nuestra cuando vivíamos en Vilamarxant. Todavía lo es. Hay cosas que sí que duran siempre. Era maestro de música y en la política local ejerció de portavoz de Compromís en el Ayuntamiento de su pueblo. También fue presidente de la Associació Cultural 9 d’Octubre. No paraba nunca, aunque a veces era como si estuviera cansado y lo miraba todo con un cierto escepticismo. El lunes de la semana pasada me escribió unos wasaps para contarme algunas cosas y para decirme que venía a Gestalgar a comprar miel. Es muy buena, esa miel. Se lo digo a ustedes para que lo sepan. Le dije a Quique que estaba en Francia. Nos veríamos en otra ocasión. Ya no habrá esa ocasión. Unos días después dijo adiós a todo eso que llamamos vida y que a veces resulta tan difícil de entender, incluso de vivir.

Cuando mire una y mil veces la guitarra en el rincón solitario del estudio y el póster de Abbey Road, me acordaré de Quique y de que hay gente que nunca va dejar de formar parte de mi vida. Y aunque sea para hacer el ridículo delante de ustedes, les ofrezco los tres acordes que me sé de House of the rising sun y Las cuatro y diez. Sé que es un pobre homenaje a quien tantos homenajes se merece, pero seguro que en la sonrisa y el abrazo que me dedica en la fotografía de cuando presentamos Todo lejos en su pueblo hay una especie de comprensiva absolución. Van por ti pues, Quique, los únicos tres acordes de mi vida musical. Sé que no es mucho. Pero es lo que tengo en común contigo para regalarte. Y este abrazo grande que no sé si cabe en esta humilde columna de domingo. Así que aquí van el abrazo y los acordes, ¿vale? Aquí van.

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