Un agujero negro. La concentración de masa humana era tan colosal en el centro de la galaxia Repvbblica durante el concierto de Bad Religion en la tarde del miércoles que nada escapaba a la enorme gravedad que generaba. Engullía cubalitros voladores, personas y toda la energía que éstas despedían mientras bailaban frenéticamente en los pogos con los que honraban a las leyendas del hardcore melódico. De hecho, en la curvatura que este oscuro fenómeno produce en el tejido espacio-tiempo, muchos de los cuarentones admiradores de estos punks californianos viajaron durante ochenta minutos a su propio pasado.

Tal es el efecto rejuvenecedor de la bulla provocada por el brillo inmortal de “Dark ages”, “Infected”, “Sorrow”, “Los Angeles is burning”, “21st Century (Digital boy)” o “American Jesus”, que fueron interpretadas de manera impecable, profesional y contundente por estos tipos, que llevan dando vueltas más de cuarenta años sobre los escenarios. Derrocharon melodías y estribillos pegadizos en breves canciones tocadas a una velocidad extrema, gracias a las fabulosas muñecas y pantorrillas del batería y del estupendo reparto de la faena entre los dos guitarristas. Pájaros armados con sendas Gibson, sonido macizo, potencia americana densa y compacta, pero con filo y color, como demostraban en sus vertiginosos punteos.

Durante el constante chorreo de electricidad, la peña se agitaba arrebatadamente entre el latigazo cervical, los empujones y los saltos cortos y repetitivos, sobre todo en los primeros compases de las canciones. Y es que, a cierta edad, las Vans siguen amortiguando, pero las rodillas se resienten y el cuerpo duele. No obstante, la ocasión largamente pospuesta merecía el esfuerzo. Allí se iba a darlo todo, con viejas camisetas de Gatillazo, Narco, Rancid, Lehendakaris Muertos, Black Flag o Dead Kennedys. Otros, en un turbulento rapto dipsomaníaco y atacados por el asfixiante calor, pululaban sin más vestido que su piel tatuada, regalando sudor y sonrisas camino del baño.

Además de Covid, se podría rastrear durante unos días las aguas residuales valencianas en busca de ibuprofeno, otros analgésicos y los más variados relajantes musculares. Así tendríamos la medida real y cuantificable del fiestón que montaron Greg Graffin y los suyos.