Crítica

Un hito brahmsiano

Liebreich y Josefovicz.

Liebreich y Josefovicz. / RAUL VEINTIMILLA

Justo Romero

Justo Romero

ORQUESTRA DE VALÈNCIA. Leila Josefowicz (violín). Alexander Liebreich (director). Programa: Obras de John Adams y Brahms. ­Lu­gar: València, Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1.200 personas. Fecha: Jueves, 22 diciembre 2022.

La Orquestra de València y su titular, Alexander Liebreich, han cerrado la temporada de otoño con un éxito notorio y merecido. Ante un Auditori del Palau de les Arts con una entrada muy numerosa que se acercó al lleno, maestro y orquesta firmaron una Cuarta sinfonía de Brahms que supone un hito en la irregular relación entre la orquesta titular del Palau de la Música y el creador del Réquiem alemán. Antes de esta bien esculpida sinfonía brahmsiana, cerraron el tríptico que han dedicado al mito de Sheherazade -la hermosa y cuentista hija del gran visir Shahriar- con el estreno en España de Sheherazade.2, de John Adams. Cincuenta interminables y oportunistas minutos en cuatro movimientos y forma de “sinfonía dramática para violín y piano”, nacidos como supuesta “reflexión crítica sobre la violencia de género” y reivindicación con aires feministas de una obra que, musicalmente, palidece ante las páginas maestras de igual título de Rimski-Kórsakov y Ravel.

Ni siquiera el virtuosismo, temperamento, talento y pasión de la violinista Leila Josefowicz (quien ya entusiasmó a todos en marzo de 2019 con el Concierto de Stravinski) pudo insuflar hondura a una obra de atractiva factura y no exenta de pasajes de vistoso virtuosismo y momentos de obvia intensidad, pero que no deja de moverse en un paradójico universo tópico en su naíf empeño de “romper” precisamente los tópicos.

La vistosa y coloreada orquestación de Adams, cargada de efectos y recursos -incluido el uso del címbalo, alla húngara, admirablemente defendido por la bielorrusa Aleksandra Dzenisenia- y el empleo de un melodismo fácil y agudamente perfilado, combinado con el resultón trasunto ideológico, se aliaron con la intensa y deslumbrante actuación de Josefowicz. Fue esta confluencia la clave de la muy entusiasta respuesta del público, entre el que felizmente abundaba la gente joven. Tanta virtud se redondeó con el coprotagonista acompañamiento de Liebreich y unos profesores municipales que cuajaron una de sus mejores actuaciones.

Luego, tras la pausa, Brahms y su magistral Cuarta sinfonía. Música pura lejos de cualquier demagogia o referencia argumental. Liebreich acometió pausadamente el formidable comienzo, bien cantado y modulado. Natural y efusivo. Fue el preludio de una versión transparente, clara, natural. De expresión genuina y trazado ajeno a hueras retóricas y elucubraciones, que se cargó de efusión lírica en el Andante -unísonas y bien entonadas las trompas tercera y cuarta en la frase inicial- y de nervio en el Allegro giocoso. El “enérgico y apasionado” cuarto movimiento -iniciado con un tropiezo de los trombones- se percibió distante de sus resonancias arcaicas, con un canto enunciado por el oboe que quedó casi inadvertido en este formidable cierre en forma de pasacalle.

La serie de variaciones de este final singular del ciclo sinfónico brahmsiano, basada en la chacona final de la Cantata BWV 150, Nach dir, Herr (tradicionalmente atribuida a Bach, pero cuya autoría es actualmente cuestionada), fue calibrada por Liebreich con mano maestra. Obtuvo más que notable respuesta de una orquesta crecida en la que brillaron con particular énfasis el flauta Salvador Martínez y el timbalero Javier Eguillor. Aplauso unánime de despedida para el sólido y seguro clarinete solista Enrique Artigas en su último concierto con la Orquestra de València, tras décadas en las que ha aportado a la misma lustre, empaque y bienfacer. Bonito detalle el de Liebreich al levantarlo al final del programa para que recogiera el aplauso entrañable y reconocimiento de todos. Alexander Liebreich, que ha devuelto ilusión y rigor a la Orquestra de València tras las no felices titularidades de Ramón Tebar y Yaron Traub, cerró la noche de éxito lanzando un cálido “Bon nadal! en nombre propio y de toda la orquesta. Es listo.

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