Crítica

Rizar el rizo

Solau y Albiach junto a la OV.

Solau y Albiach junto a la OV.

Justo Romero

Justo Romero

ORQUESTRA DE VALÈNCIA. Álvaro Albiach (director). Josu de Solaun Richter (piano). Programa: Obras de Dvořák (Concierto para piano y orquesta), Strauss (Cuatro interludios sinfónicos de la ópera Intermezzo), y Ligeti (Concierto rumano). ­Lu­gar: València, Teatro Principal. Entrada: Alrededor de 800 personas (prácticamente lleno). Fecha: Miércoles, 25 enero 2023.

Pese a episódicos desajustes y puntuales errores instrumentales, la Orquestra de València salió más que airosa del reto que afrontó el jueves, en su duodécimo programa de abono, bajo la guía de su principal director invitado, Álvaro Albiach (Llíria, 1968). En el programa, nada menos que dos sustanciales obras acometidas por primera vez (los tan delicados como maravillosos cuatro interludios sinfónicos de la ópera Intermezzo, de Strauss, y el virtuosístico y no menos excepcional Concierto rumano de Ligeti), y otra que no subía a los atriles desde hace sesenta años: el Concierto para piano de Dvořák, que si entonces la OV la ofreció con el concurso solista de la estadounidense Margot Pinter, ahora lo ha hecho con el del valenciano Jose de Solaun (1981), uno de los valores más firmes del nuevo pianismo español. Para rizar el rizo, el programa se montó en dos días y medio, algo absolutamente inimaginable hace apenas dos décadas, cuando se mareaba la perdiz una y hasta dos semanas para ensayar actuaciones de repertorio convencional.

Álvaro Albiach es maestro honesto, riguroso, dotado y efectivo. No se anda con tonterías ni demagogias. Va al grano. Un trabajador del podio empeñado en servir la música y cincelarla en su sustantiva esencia. Así abordó y así se sintieron los cuatro episodios sinfónicos straussianos: cargados de sus nostalgias clásicas, de su preciosismo instrumental y de ese mundo añorante y terminal que llega al alma. Albiach y sus músicos cuajaron una versión clara y transparente, que no esquivó riesgos; empeñada en la música más que en lucir apariencias u ocultar carencias. También en amoldarse a las particulares y no benefactoras condiciones acústicas del Teatre Principal.

Idéntico meritorio trabajo y disposición de todos los atriles desprendió la OV en su viva y vivificante versión del Concierto rumano, obra maestra y brillante de Ligeti, quien en 1951 compone esta “clásica” y personalísima página maestra bajo la estela folclorista de Bartók y Kodály. Albiach supo sacar lo mejor de una OV volcada y responsablemente empatizada con la enjundia del programa. El concertino Enrique Palomares defendió con brillantez, destreza y alta clase violinística su fundamental cometido en esta obra de tantos rasgos folclóricos y exigencias instrumentales. Éxito más que merecido de todos en una de las tardes más dignas de encomio de la temporada.

Antes en la primera parte, Josu de Solaun lució su pianismo incandescente, de tanto aliento romántico y sonoridades brillantes y claras a lo Iturbi, en una lectura del desigual Concierto para piano de Dvořák, plagado de momentos felices dentro de una arquitectura irregular que hace casi aguas en el fogoso tercer movimiento. Solaun iluminó los episodios valiosos y hermosos que habitan en el concierto, y relució de modo particular en un segundo movimiento ardorosamente dicho. Luego, después de los bien labrados aplausos, llegó quizá lo mejor de la actuación, en el sugestivo regalo de un preludio de Debussy -Ondine- cargado de evocaciones, rubateos y tintes marinos. Noche calurosa y de gran música... ¡Y gélida!: hacía casi más frío en el interior del teatro que en la calle de les Barques. ¡Qué invento la calefacción!

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