El Diógenes de los carteles de rock que le dijo «no» al Reina Sofía
El valenciano Marcos Casañ colecciona en una buhardilla más de 8.000 pósteres de conciertos celebrados en los último 40 años
Marcos Casañ consiguió el primer cartel de su colección de una forma similar a como lo hicimos muchos chavales de aquellas décadas de los 80 y 90: arrancándolo directamente de la pared de un edificio, en su caso en València, muy cerca de la sala Arena, donde entonces se celebraban los mejores conciertos de la ciudad.
Marcos tenía unos 14 años y quiere recordar que ese cartel era de los Ramones, pero reconoce que las fechas no concuerdan con el recuerdo. Ese cartel, el primer cartel, el origen de todo, debe estar ahí, entre los más de 8.000 que Marcos almacena en la buhardilla de la casa de sus padres en una vivienda de Sedaví.
Hoy Marcos sobrepasa (por poco) las cinco décadas y tiene dos hijas que quizá algún día hereden su colección. Aunque una de ellas parece que empieza a heredar también los gustos musicales de su padre, prefiere no pensar en qué harán cuando él ya no esté, qué harán con esos cerca de 8.000 carteles promocionales y de conciertos celebrados en España entre las décadas de los 70 y los 90, todos ellos originales y muchos firmados por su protagonistas, además de con las matrices, las entradas, los pases de prensa, las invitaciones, los carteles de las discotecas de la Ruta o incluso los set-list de algunos recitales importantes como el del primero de The Cure en València.
Las joyas de la buhardilla
En esa buhardilla hay joyas de la historia española del rock’n’roll como el cartel del primer concierto de Ramones en el país y del segundo de The Clash. O el de la actuación de Parálisis Permanente en una sala de León la noche en que su líder, Eduardo Benavente, murió en un accidente de circulación. Hay carteles de Loquillo cuando aún estaba con Los Intocables o de Alaska con Kaka de Luxe. Y uno de Nirvana en la Plaza de Toros de València en el que aún aparecen los Surfin’ Bichos como teloneros pese a que finalmente fueron sustituidos por Teenage Fanclub. «Aun así, aún hay gente que asegura que estuvo en ese concierto y que le gustaron más los Surfin’ que los Nirvana», dice el coleccionista.
La buhardilla de los 8.000 carteles es amplia y, aun así, es difícil caminar por ella sin tropezar con cajas o tubos de cartón en los que en algún momento hubo carteles enrollados. «Los tubos son criminales para los carteles. Tienes que mantenerlos planos para que no se estropeen», recomienda.
Algún día Marcos tendrá dinero para comprar unas cámaras ignífugas que protegerán su tesoro de la humedad y los ácaros, e incluso tiempo para ordenar el caos histórico que no para de crecer. Aun así, como buen coleccionista, Marcos tiene uno de esos cerebros prodigiosos que le permite saber en qué montón o en qué carpeta está, por ejemplo, el cartel del concierto de Spandau Ballet en Rock-Ola ante 1.500 personas (solo cabían unas 800) que le dio «la fama definitiva» a la sala madrileña.
Una llamada del Reina Sofía
Los de los conciertos de Rock-Ola son precisamente algunos de los carteles más preciados de la colección de Marcos Casañ. Tanto es así que allá por 2017 recibió una llamada del Museo Reina Sofía para hacerle por estos carteles una oferta que, en teoría, el coleccionista valenciano no iba a poder rechazar.
«Se pusieron en contacto conmigo porque le habían preguntado a Luis, de Madrid me Mata, y éste les dijo que el tío con más carteles de Rock-ola, más de 300, era un valenciano. Les envíe unas 30 o 40 fotos, me ofrecieron varios miles de euros porque los querían para los fondos del museo y para hacer una exposición, pero al final les dije que no». ¿Y por qué? «Porque si les decía que sí, me quedaría sin ellos».
Ay, ese es el gran problema de Marcos, que él es un coleccionista, uno de verdad, él es un comprador y no un vendedor. Lo suyo, él mismo lo reconoce, tiene algo de patológico. «Soy como un Diógenes entre 8.000 carteles de rock’n’roll», dice riendo.
Ya algo más serio, Marcos explica que acumula material rockero por nostalgia y por necesidad de recordar y por reivindicar una época que él considera «mejor» en la historia de la música. Pero, sobre todo, porque él es eso, un coleccionista.
La afición le llega casi desde los tiempos de aquel primer cartel arrancado de una pared cerca de Arena Auditorium. De alguna forma, su vida laboral y personal siempre ha estado vinculada con la música. En la actualidad es promotor de conciertos y propietario junto a sus amigos Vicente y Geles de Imágenes, un local de copas-museo consagrado a la València cultural de los 80 y 90. Pero cuando tenía 16 años ya empezó a trabajar en Arnedo Discos, almacén al por mayor de venta de música para grandes superficies y tiendas.
«Allí nos llegaba una cantidad de material promocional que no te puedes ni imaginar, cosas rarísimas que iban a las tiendas y yo siempre cogía dos o tres cosas y hacía intercambios con ellas», recuerda Marcos.
De Arnedo pasó a Lasgo Export, empresa dedicada a la importación desde Inglaterra de novedades musicales. Oficio que, como es natural, no hizo más que alimentar a la bestia. «Yo viajaba unas cinco veces al año a Londres y aquello para mí era el paraíso. Eran los años en los que empezaban a despuntar las bandas del brit pop y, aunque todo ya costaba allí un huevo, ¿cómo no iba a comprar lo que veía por ahí? Era imposible».
El círculo diogénico
En aquella era preinternet, Marcos no conocía a más de dos o tres personas que compartieran su maldita pasión por lo que los anglosajones llaman «memorabilia» rockera. Eran sus contactos para intercambiar el material que adquiría fuera de España y aumentar así su colección, centrada cada vez más en los carteles de conciertos de los años 80 en València, Madrid y Barcelona.
«Éramos pocos pero creas con ellos un vínculo de confianza. No nos podíamos enviar fotos del material que teníamos y no podías comprobar que era auténtico o estaba en buen estado hasta que te llegaba a casa y abrías el tubo con los carteles dentro. Yo soy muy tiquismiquis y me fijo mucho en si hay marcas de chinchetas o de celo, sin hay humedades... Pero pocas veces me han fallado».
Allá por 1998 el incremento del precio de la libra perjudicó la importación de discos, así que Marcos deja Lasgo y entró a trabajar en unos grandes almacenes. La diosa de los coleccionistas que siempre le ha amparado quizá intercedió para que le colocaran en la sección libros y discos, con lo que pudo seguir ampliando su colección de carteles promocionales y permutando material con los miembros del pequeño círculo diogénico en el que se movía.
«En esa época ya empezaba a funcionar internet pero no existía ni Todocolección ni Milanuncios ni páginas así -recuerda-. Lo que sí logré fue contactar con coleccionistas extranjeros que tenían carteles de bandas de su país que habían tocado en España».
Como seguían siendo pocos los coleccionistas interesados en los carteles de conciertos, la caza de ejemplares únicos era más fácil y, sobre todo, más barata. «Yo era como un francotirador en un campo de batalla en el que los propietarios no sabían muy bien lo que tenían entre manos, así que pude comprar carteles muy buenos a muy buen precio», reconoce.
Colecciones y festivales
Los precios empezaron a subir a partir de 2013, sobre todo cuando la plataforma digital Todocolección cogió nombre y organizaba subastas en las que participaban cada vez más compradores. Casañ cuenta que lo máximo que ha llegado a pagar por un cartel son los 800 euros que abonó por uno de Loquillo y Los Intocables en un festival a finales de los 70 llamado Metal.lic Rock, o los mil que soltó por la matriz de un cartel de un concierto de Los Rebeldes pintada con rotring.
Cuando lo hizo, Marcos ya no trabajaba en los grandes almacenes sino que, tras un corto tiempo como comercial de EMI-Hispavox, pasó a ser delegado de una distribuidora de bebidas y espirituosas y acabó de Jefe de Ventas del grupo Osborne.
¿Le apartó esto de la música y de la posibilidad de seguir adquiriendo material rockero para seguir llenando cualquier rincón de la buhardilla de la casa de sus padres en Sedaví? Ni mucho menos. Bebida va unida a conciertos y a festivales y así puede unir la profesión con su afición por promocionar conciertos, representar a bandas y contactar con cualquiera que disponga de un buen cartel que coleccionar.
Hoy Marcos que, cuando meses después de decirle que no al Reina Sofía llegó la pandemia del coronavirus y el sector de la música se puso a temblar, pensó varias veces que no hubiera estado mal aceptar aquella oferta de miles de euros por sus 300 carteles del Rock-Ola. «Pero bueno -dice-. Al final, no me ha ido mal y los carteles siguen siendo míos». Su tesoro.
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