Música|Crítica

Vida y muerte

Serenates, en La Nau.

Serenates, en La Nau. / Levante-EMV

Justo Romero

Justo Romero

FESTIVAL SERENATES 2023. Obras de Nystedt (Ven, dulce muerte) y Brahms (Un réquiem alemán). Belén Roig (soprano), Francisco García (barítono). Paula Tamarit, Juan Camilo Reyes (pianos). Sergi Izquierdo (timbales). Orfeó Universitari de València. Director: Francesc Valldecabres. Lu­gar: Centre Cultural La Nau. Entrada: Alrededor de 250 personas. Fecha: Domingo, 25 junio 2023.

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El no muy religioso Johannes Brahms siente en Un réquiem alemán la muerte como adiós sereno, plácido incluso, como esencializa en el lento “perdendosi” de ese lánguido arpegio sin fin que conduce inexorablemente a un silencio quizá eterno. Silencio vulnerado en su quietud sin alternativa por el director Francesc Valldecabres, quien, después de dirigir con meticulosa atención la reducción para dos pianos (o piano a cuatro manos) que el propio Brahms redactó en 1869 de su más honda página sinfónico-coral, tuvo la pajolera idea de responder a los aplausos con un fragmento coral de Óscar Esplà. Fue un postizo impertinente e incompatible con el callado final brahmsiano, por mucha delicadeza que tuviera -que la tenía- la bellísima página del alicantino. El final de Un réquiem alemán, como el de la Novena de Mahler o el de algunas otras pocas obras, no admite más desenlace que la serenidad más insonora.

Todo ocurrió en la segunda cita del Festival Serenates, jornadas veraniegas que con tino y criterio organiza anualmente la Universitat de València. Fue un concierto singular, una meditación sobre la muerte, preludiada por una obra del longevo compositor noruego Knut Nystedt (1915-2014) cuyo título -Ven, dulce muerte- es suficientemente explícito de su sentido y cercanía con la visión de Brahms. El Orfeó Universitari de València y Valldecabres bridaron una versión de penetrante expresividad, que invitaba a un silencio interiorizado violado sin contemplaciones por abanicos, pulseras y sordes marujes parlanchines empeñades en hablar de todo.

Luego, tras el preludio breve, intenso y frustrado de los contados minutos de esta quieta introducción, llegó la obra maestra total que es Un réquiem alemán de Brahms. Imposible no echar de menos la densa pastosidad orquestal, pese al sobresaliente trabajo de los pianistas Paula Tamarit y Juan Camilo Reyes, redondeado con el timbal certero y siempre en su sitio de Sergi Izquierdo. Valldecabres dirigió como si tuviera ante sí a toda una orquesta. Cuidó matices y detalles, y acertó con unos tempi tan convencionales como apropiados para la realidad acústica del Claustro del Centre Cultura la Nau, menos perniciosa para un conjunto coral que sinfónico.

Un momento del concierto.

Un momento del concierto. / Levante-EMV

Imposible alejar de la memoria el sonido sinfónico de discos y conciertos de referencia. También la calidad excelsa de tantos coros impregnados hasta el alma del universo germánico y luterano que alienta Un réquiem alemán. Las voces del Orfeó Universitari se volcaron, en la medida de sus posibilidades, en una obra de exigencias de todo tipo. Puede ser un atrevimiento, sí, pero ellos y su maestro titular se quisieron dar el gustazo de interpretar esta obra imprescindible. Lo hicieron con dignidad, voluntad, disciplina y cabe imaginar que muchos ensayos. Felicitaciones por este trabajo concienzudo y pleno de ilusiones.

También a los dos cantantes solistas, la soprano Belén Roig, que entonó con expresión cándida el lacerado canto a la madre que es el único número en que interviene (Ihr habt nun Traurigkeit: Ahora estáis en duelo), y el barítono Francisco García, quien salvó con arrojo y generosidad vocal los recovecos de una escritura que requiere un barítono de vocalidad poderosa y, al mismo tiempo, interiorizada locución.

Pero lo más hermoso y emocionante de este réquiem de abanicos y marujes ocurrió fuera del escenario. Allí, entre el público, sentados en sus aparatosas sillas especiales en un extremo del claustro, varios chavales afectados por parálisis cerebral escuchaban en silencio casi religioso el curso del concierto acompañados por unas cuidadoras y cuidadores cuya belleza resplandecía más que la más fascinante obra de arte. Apenas algún movimiento para pedir agua, limpiar una baba escapada o lo que fuese. Botella de agua, caricia, mirada… Verdaderamente emocionante. Ellos y sus cuidadores realzaban la humanidad que desprendía el escenario. Inolvidable. La vida sobre la muerte.

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