"El Papus", tetas y política a prueba de bombas
La periodista Maria Iranzo analiza en un libro la trayectoria de la revista satírica más popular de la Transición y la primera en sufrir un atentado mortal
El «papu» es una especie de monstruo del folclore catalán que se invoca para asustar a los niños. «Esa era la condición de la revista, la del salvaje que va sin rodeos y que asusta», explica Antonio Franco, uno de los dos periodistas (el otro era Maruja Torres) que formaron parte de la redacción original de aquella publicación con nombre de monstruo que entre 1973 y 1987 se dedicó primero a «demoler los pilares del régimen» y después a arremeter «sin intención ni ideologías» contra «quien abusaba del poder del Estado».
Así lo asegura la periodista e investigadora valenciana Maria Iranzo en El Papus. Contrapoder informativo en la transición española, la plasmación en forma de libro de su tesis universitaria sobre la revista. Una investigación que inició en 2009 primero porque nadie lo había hecho antes; segundo, por el atractivo de una revista que fue la más longeva y anarcocorrosiva -y durante un par de años también la más vendida- de las surgidas durante la Transición; y tercero, por la oportunidad de recorrer decenas de documentos administrativos, judiciales y personales involucrados en el devenir de uno de los semanarios contrainformativos más populares de su época.
El primer atentado mortal
«Hay un desgraciado cuarto motivo -añade Iranzo-. Poner en el lugar que se merece al primer medio de comunicación español en sufrir un atentado mortal de la extrema derecha durante el proceso de consolidación del sistema democrático».
El semanario solía recibir denuncias y multas por sus artículos políticos o portadas con desnudos, pero también múltiples amenazas de grupos vinculados a la ultraderecha por sus constantes ataques al estamento militar y a los miembros del «búnker» franquista. Pero a raíz de dos portadas (y su extensión interior) en las que se burlaban de los militares franquistas mutilados, las amenazas se recrudecieron. «Seguiremos saliendo y seguiremos cagándonos en los hijosputas de los fascistas», fue la respuesta de El Papus a estas amenazas.
Pero los fascistas iban en serio. El 20 de septiembre de 1977, sobre las 11.30 horas de la mañana, un joven entregó un maletín a Juan Peñalver, el conserje del edificio Luminor de Barcelona donde se encontraba la redacción de El Papus, para que se lo hiciera llegar al director de la revista, Xavier de Echarri.
«El artefacto que había en su interior explotó a las 11.41 horas, cuando el portero había accedido ya al vestíbulo del primer piso -relata Iranzo-. Quedaban segundos para que entrara en la redacción del semanario de humor y se lo entregase a la joven telefonista Rosa Lorés, que, embarazada, salió disparada por la ventana. El toldo del bar Clarita amortiguó el golpe y la chica cayó entre dos coches que había aparcados en la plaza de Castilla».
Ningún encarcelado
Rosa Lores se salvó, pero no Juan Peñalver, cuya muerte provocó manifestaciones y huelgas, pero no la prisión para los 13 terroristas detenidos (todos ellos vinculados a partidos y grupos de ultraderecha) por el atentado. Uno de los efectos de la bomba fue un aumento de las ventas de la revista, algo que curiosamente provocó una importante crisis en la plantilla, ya que varios de sus trabajadores había advertido a la dirección que no querían «hacer beneficio de la tragedia». Gin y Óscar Nebreda, dos de los dibujantes estrellas (el otro sería el inconfundible Ivà), abandonaron El Papus.
Incómodos pero necesarios
Desde su nacimiento en 1973 bajo el amparo (que se fue diluyendo con el tiempo) de la familia Godó, El Papus fue una revista incómoda pero necesaria para un tardofranquismo que permitía este tipo de publicaciones para transmitir cierta imagen de «liberalización». «Nos dimos cuenta de que la gente quería teta y política», recuerda Nebreda en el libro sobre los contenidos que desde el principio caracterizaron al semanario.
«El contexto en el que nació la revista permitió un producto informativo con tal mala baba, tanto contra la moral católica como contra el sistema político que empezaba a fraguarse, el estamento militar o la jerarquía eclesiástica católica», explica Iranzo.
«Pero hoy -reconoce seguidamente- si bien compartimos la sensación de insatisfacción y descontento, especialmente con la clase política, sería muy difícil llevarla a cabo si tenemos en cuenta la extrema polarización de la opinión pública -El Papus pasó por su tubo de recochineo a cualquier ideología- y sobre todo por la extrema sensibilidad ante lo políticamente correcto». “Eso sí -añade también la investigadora-, este semanario también pecó de los vicios que criticaba, pues denunció el machismo de la época (ya desde el número 7 de la revista) y exigió libertades sociales, pero haciendo uso de la mujer como objeto de sus parodias».
El falso tránsito a la democracia
Sobre los objetivos que perseguía El Papus de demolición del régimen primero y de cualquier poder después, Iranzo considera que su sátira política y su lenguaje propio de la calle (Ivà le consultaba al ‘botones’ de la revista el argot de sus personajes) permitió a su público «captar las incoherencias de los discursos progresistas y ser testimonio de un falso tránsito a la democracia».
«Fueron duros porque pensaban que era posible el cambio y, evidentemente, porque tenían el apoyo económico de la editorial en caso de multas -explica la autora-. Sin embargo, el descontento ante las promesas que no llegan y sobre todo la bomba con la que se les trato de coartar su derecho a la libertad de expresión, fue minando la virulencia de sus chistes». «Leer la historia de El Papus -concluye Iranzo- supone en numerosas ocasiones leer la actual. Te preguntas si la vida es cíclica o es que en este país lo que hacemos es andar hacia atrás».
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