La luz de una estrella muerta

Fernando Soriano

Fernando Soriano

En noviembre se cumplirán cincuenta años de la muerte de Nick Drake. Suicidio o accidente, lo cierto es que el cantautor británico falleció en noviembre de 1974 a causa de una sobredosis de antidepresivos. Su hermana, Gabrielle, prefiere pensar que Nick acabó con su vida de manera consciente. No soporta la idea de que se intoxicara por un trágico error. Sería admitir que jamás tuvo el control de su propia vida y tampoco el de su muerte. 

Que su último fracaso, tras hacerlo en todas las facetas de su existencia, fue no saber cuántas pastillas de Tryptizol se tenía que tomar para acabar con el terrible insomnio derivado de la depresión que le aquejaba desde hacía años. Que se marchó como vivió, sin pretenderlo realmente. Siendo casi invisible, como un espectro, sin dejar un gran recuerdo, sin triunfar con su música. Le faltaron seis meses para morirse con veintisiete años y pasar a formar parte de esa lista de leyendas del rock que murieron en la cresta de la ola: Jimi, Brian, Janis, Jim, Kurt, Amy, Pete y otros. Ni para eso le llegó la suerte, al pobre.

Hace unas semanas, Miguel Ángel Oeste publicó una novela sobre Nick Drake titulada "Perro Negro". Leerla duele como una paliza. Relata tan bien el sufrimiento de Drake y el resto de los personajes que se le acercaron en vida, muerte y memoria que te lo consigue inocular. 

Un libro que crea magia con cada palabra que lees, alquimia que transforma el plomo en oro. De la pena, la tristeza, la depresión, la angustia, la ansiedad, la incomprensión y la muerte, Oeste obtiene una fascinante belleza. Arte para transmutar la esencia de las cosas, convirtiendo el horror en hermosura como por obra de un encantamiento. 

En el Cambridge Dictionary, la palabra «haunted» define a alguien que muestra signos de sufrimiento o ansiedad severa, pero también a un lugar que alberga fantasmas, que está encantado. Ambas acepciones sirven para Nick Drake y su música, pero también para los personajes y la novela de Oeste, escrita con hondura, escarbando en las mentes y los comportamientos de Richard West, un famoso actor tan obsesionado con la obra del cantante como para querer levantar una película sobre él, y de Janet Stone, fan y amiga tangencial en los sesenta que lleva décadas recluida con sus demonios, víctima de la enfermedad mental. 

Se trata de una novela de búsqueda y revelaciones, de resoluciones de enigmas imposibles de descifrar, pero también de rápidos procesos de degradación psicológica. 

Páginas que tratan sobre insomnio, apatía, tragedias familiares, reproches, pérdidas, depresión, locura, homicidios, intentos de suicidios, abandonos, remordimientos y muerte. Una carrera para averiguar quién era en realidad Nick Drake a través de los testimonios de los que le conocieron en el colegio, la universidad y los círculos artísticos. 

Un trabajo de reconstrucción en la línea de "Leviatán" de Auster o de Los detectives salvajes de Bolaño, impregnado por el espíritu del "Drácula" de Stoker, con unos protagonistas que se relacionan, vivos y muertos, a través de la memoria, las entrevistas, las cartas, las canciones y un diario. 

Que transitaron por el mundo esclavizados por la incomprensible muerte prematura de un músico que, finalmente y contra todo pronóstico, acabó convertido en un ídolo.

Ya sea por aquella versión de Los Planetas, por el anuncio de aquel descapotable o porque, como en los casos de Richard West o el propio Oeste, te lo descubrió una persona muy querida, Nick Drake pasó a ser del dominio público de mi generación. Sus tres discos fueron fracasos absolutos, pero acabaron convirtiendo a aquel chico alto, pálido, desgarbado y esquivo en una de las personalidades más influyentes de la música alternativa.

Lean "Perro Negro", conmuévanse con la capacidad de Oeste para elegir palabras y para urdir una historia que atrapa. Que dilata y encoge el corazón en una impresionante sesión de puénting emocional. 

Escuchen a Nick Drake y disfruten de sus inmortales melodías, de las exóticas afinaciones de su guitarra, de la ronca delicadeza de su voz, de su poesía sencilla y evocadora. 

Déjense hechizar por aquel espectro sombrío que pasó de puntillas por su propia vida pero que, como sucede con las estrellas que mueren, continuó inundando millones de existencias con la luz cegadora e infinita de su genio.