Fuera de compás

Rock en el ring

Ruby Goldstein.

Ruby Goldstein. / L-EMV

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Al hilo de mi columna de la semana pasada sobre la novela de Alfons Cervera El boxeador y el acertadísimo uso metafórico que hace en ella de la canción «The boxer», de Simon and Garfunkel, he estado revisando la relación que el noble arte del boxeo ha tenido con el rock and roll. Esto es lo que he sacado en claro, más allá de recordar avergonzado la cara de pasmo que se le quedó a mi viejo cuando me pilló de chavea en calzoncillos haciendo posturitas ante el espejo con «Eye of the tiger» a todo volumen. Preparaba mi venganza contra un pavo enorme que, trastornado por el divorcio de sus padres, me había soltado una hostia morrocotuda en el vestuario de un gimnasio del que se me borró esa misma tarde.

Posiblemente la mejor canción escrita sobre un púgil sea «Hurricane», de Bob Dylan, una joya inmortal que cuenta la historia del atropello judicial que sufrió Rubin «Huracán» Carter, que fue condenado a tres cadenas perpetuas por un triple asesinato que no cometió. Después de casi veinte años en el talego, y gracias en parte a la canción que ayudó a visibilizar las irregularidades en un proceso infectado de racismo y coacciones, Carter salió en libertad. Hay una estupenda película sobre el asunto protagonizada por Denzel Washington.

Muhammad Ali también tuvo su biopic. Con un impresionante Will Smith al frente, el film explora la soledad del púgil en el laberinto burocrático al que se enfrentó por defender sus convicciones personales y políticas y su victoria final contra George Foreman en Zaire. Convertido en un héroe mundial y en una influyente personalidad tras su conversión al islam, no es de extrañar su ascenso al olimpo de los iconos de la cultura pop. Johnny Wakelin le compuso «Black Superman», una oda a sus cualidades pugilísticas y dialécticas con ritmo caribeño y una melodía muy pegadiza adornada con vientos skatalíticos.

Por su parte, Mark Knopfler cantó a Sonny Liston, una leyenda del cuadrilátero que aparece en la portada del disco de los Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band en primerísima fila. En una canción muy de su estilo, lenta, aburridilla, monótona y repletita de pellizcos de country y blues, da cuenta de la vida del boxeador de Arkansas: una mísera infancia salpicada por los latigazos de un padre maltratador, una juventud delincuencial, su triunfo en el ring, su controvertida derrota contra Cassius Clay, el rechazo que provocaba en las asociaciones por la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos y una muerte con heroína de por medio que pudo ser suicidio o un asesinato encubierto por la mafia, con la que había tenido tratos.

Tragedias sobre el ring, unas pocas. Warren Zevon tiene una canción titulada «Boom Boom Mancini» dedicada al peso ligero Ray Mancini y sus dos peleas más conocidas. En 1982, este campeón estadounidense se enfrentó al surcoreano Duk Koo Kim en Las Vegas y le infligió un severísimo castigo en un largo combate a 14 asaltos. Justo al final, el asiático se desplomó, entró en coma y falleció cinco días más tarde por un hematoma subdural. En 1984, Mancini peleó contra Bobby Chacón en Reno. Desde el principio pintaron bastos para el aspirante, por lo que el árbitro paró el combate en el tercer asalto, conjurando el mal fario y declarando vencedor a Mancini por nocaut técnico. 

En castellano, me quedo con «El tercer hombre en el ring», de la incombustible banda valenciana Doctor Divago. Su líder, Manolo Bertrán, es un apasionado experto de este deporte. Ha publicado numerosos artículos en revistas deportivas especializadas y ha compuesto varias canciones sobre él. Tanto es así que bautizó su discográfica con el nombre del púgil argentino Óscar «Ringo» Bonavena. Con su magnífico estilo de escribir, Bertrán se fija esta vez en la figura del árbitro Ruby Goldstein, posiblemente el mejor de la historia. Criticado en ocasiones por detener algunos combates antes de lo adecuado, velando por la integridad física de los contendientes, Goldstein tardó demasiado en parar la pelea entre Benny «Kid» Paret y Emile Griffith en 1962. Paret, sometido a un brutal e innecesario castigo, falleció diez días después de la velada. Escuchar la canción es tan duro como ver aquel combate, con la voz de Bertrán poniendo la carne de gallina, preguntándose junto a Gay Talese y Norman Mailer cómo pudo suceder aquella tragedia.