Justicia (poética) para Zaplana

Zaplana, a su llegada a la Ciudad de la Justicia de València.

Zaplana, a su llegada a la Ciudad de la Justicia de València. / EP

Fernando Soriano

Fernando Soriano

En «The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars», David Bowie narraba el ascenso y caída de un alienígena que llegó a la Tierra para prevenirnos de una gran catástrofe que iba a destruir el planeta. Por el camino, y secundada por una fabulosa banda de músicos, se convirtió en una megalómana estrella del rock que, víctima de su desmesurado ego, acaba asesinada a manos de sus enloquecidos fans. Nuestro protagonista de hoy no vino del espacio exterior, llegó a la Comunitat Valenciana desde Cartagena. Y, lejos de salvarnos de males más o menos imaginarios como el catalanismo o la corrupción de aquella socialdemocracia tramposa, gris y barbuda que nos gobernaba antes que él, llevaba en su interior la semilla del cataclismo que nos sumió en un vergonzoso laberinto de escándalos de corrupción política y económica que está durando lustros. Un germen que a él, Eduardo Zaplana, lo acabó llevando al talego, como no podía ser de otra manera. Y a su banda de amigachos, testaferros, empresarios trincones, politicastros y asesores acusados de soborno, cohecho, falsedad documental, blanqueo y otros delitos por el estilo hay que verla cantando de plano en el juicio por el Caso Erial que se celebra estos días. Qué caritas. 

Para enterarse bien de las andanzas de Eddy Stardust les recomiendo la lectura de Ciudadano Zaplana: La construcción de un régimen corrupto, de Francesc Arabí. En 2019 Quico diseccionó con detalle, rigor, ironía, gancho, tensión, ritmo y mordacidad un sistema podrido de paraísos fiscales, especulación, mordidas, sobrecostes, clientelismo y manipulación que no tuvo apenas contestación ni resistencia en casi ningún ámbito de la sociedad civil. A falta de un disco entero que relate el ascenso y caída de aquel gachó, que llegó a ser President de la Generalitat y biministro de Aznar, les traigo un par de canciones que sí hablan de él.

Los valencianos Señor Mostaza le dedicaron en 2008 la cáusticamente burlona «Mi ídolo de la democracia». En ella, ese tesoro nacional que es Luis Prado va dibujando un retrato del ministro campeón, como le llamaba Julio Iglesias, el del caso IVEX, poco favorecedor. Parece que el pianista se pasó por el forro aquella orden que tenían los cámaras y periodistas de Canal 9 de sacar exclusivamente el perfil bueno de aquel morenazo alto, garboso y con percha que empezó a rascar bola a través del transfuguismo y después de haberse salvado de unas escuchas en las que expresaba su necesidad de ganar dinero y su gusto por cierto buga semideportivo. La canción mienta aquel pufo monumental de Terra Mítica y expresa la ilusión de verle caer algún día del sillón. Cayó, y a día de hoy, sigue cayendo. Aquel político con «espíritu de parque temático», resultó ser «un fraude, pero simpático» que, además, bautizó un tono de tinte capilar que se estilaba mucho entre sus correligionarias, amigas, admiradoras y colaboradoras: el rubio zaplana.

El grupo de neo folk alicantino Els Jóvens también le dedicó en 2018 una copla a nuestro protagonista. En la delicadamente funesta «Eduardo i el fantasma de la mascletà» un espíritu, quizá el de la justicia poética, visita en la soledad de la noche a un aterrado Eduardo, debilitado por la leucemia, adelantándole un futuro muy negro que se contrapone a su pasado triunfal. «És cert tot el que t’han dit: no tinc ni cames ni pressa, sóc tan sols pólvora i cendra baix d’un llençol vell i gris, que s’alça quan cau la nit i camina per les cases on vos amagueu els lladres que heu saquejat el país. I és cert que eres el següent, i que ja he trobat l’escletxa per a entrar a casa teua i dur-te cap a l’infern». Tremenda, con esas partes de dulzainas chirriantes, esos coros de ultratumba y esa batería remedando la parte final de un disparo pirotécnico. 

El juicio contra todo aquel sistema corrupto que esquilmó a la Comunitat durante años continúa. Las confesiones de testigos y acusados inciden en que Eduardo Zaplana estaba enterado de una gran cantidad de fechorías, por lo que hay que pensar que se ha estado riendo de nosotros durante muchísimo tiempo. Muy bien, pues entonces que los jueces le castiguen por los delitos que haya cometido, que el arte, con sólo dos canciones, ya le hizo pagar la desvergüenza.