Crítica|Música

Menos lobos, Caperucita

Una escena de la ópera.

Una escena de la ópera. / Levante-EMV

Justo Romero

Justo Romero

UN BALLO IN MASCHERA, de Giuseppe Verdi. Ópera en tres actos. Libreto de Antonio Somma, basado en el libreto de Eugène Scribe para la ópera Gustave III, de Daniel-François Auber. Reparto: Francesco Meli (Riccardo), Anna Pirozzi (Amelia), Franco Vassallo (Renato), Agnieszka Rehlis (Ulrika), Marina Monzó (Oscar), Antonio Lozano (Un juez), Toni Marso (Silvano), Irakli Pkhaladze (Samuel), Javier Castañeda (Tom). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana. Nueva producción del Palau de les Arts, en coproducción con Staatsoper Unter den Linden, Berlin. Direc­tor de esce­na: Rafael Villalobos. Esceno­gra­fía: Emanuele Sinisi. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Felipe Ramos. Dirección musi­cal: Antonino Fogliani. ­Lu­gar: Palau de les Arts. Entrada: 1.400 espectadores (lleno). Fecha: Domingo, 21 abril 2024 (se repite los días 25 y 28 abril, y 2 y 5 mayo).

------------------------------------------------

El estreno de Un ballo in maschera, la única de las grandes óperas de Verdi que aún permanecía inédita en la escena del Palau de Les Arts, ha supuesto un fiasco escénico, solo salvado por la correcta (pero no sobresaliente) versión musical. La Ópera valenciana ha apostado fuerte por esta nueva producción, cuya dirección de escena ha sido encomendada al supuesto nuevo “enfant terrible” de la ópera española, el sevillano Rafael Villalobos, quien ya montó la marimorena con una Tosca de desnudos y sexo que hizo poner el grito en el cielo a los puristas de siempre. Quizá escaldado de ello, este fallido Ballo sin pezones ni glandes roza la mojigatería, y desde una perspectiva naíf y supuestamente indagadora -el texto que Villalobos incluye el programa es un cúmulo de palabras tópicas e ingenuas, que contrasta con el fondo y la chicha del ilustrado artículo de César Rus que las acompañan-, el conjunto no es sino una sucesión de imágenes y escenas de estética Alemania/años sesenta más pasadas que el tebeo. Esos monitores por el suelo del escenario, esos neones colgados del techo, ese coche casi bieitonesco… ¡Maricastaña!

Villalobos cree descubrir la Atlántida con su ingenua reinterpretación del personaje de Óscar (que no se sabe si es EL, LA, LO, LE) y, en general, cae en los tópicos, incongruencias y despropósitos imaginables que entraña una ópera y un libreto como el del Ballo. Más que resolverlos o aliviarlos, los agudiza hasta la incomprensión. En el caos escénico y el gazpacho narrativo, la tremebunda escena de Ulrika queda invisibilizada e inadvertida. La dirección actoral es prácticamente inexiste, de modo que cada cantante actúa y gesticula según su santo albedrío. El único personaje teatralmente trabajado es Óscar, pero para caricaturizarlo hasta la tontería y desdibujarlo, sin que se sepa qué diablos pinta y quién es. Auténtico disparate. Después de los acabados trabajos escénicos vistos en la misma escena en los últimos meses -Orfeo y Euridice de Robert Carsen; Dama de picas de Richard Jones…-, este nacido ajado Un ballo in maschera -que más que viejo o nuevo es la nada- supone inesperado punto negro en la cuidada memoria escénica del Palau de Les Arts.

Musicalmente, hubo dos grandes triunfadores: el Cor de la Generalitat, que bordó una de sus mejores noches, y la valenciana Marina Monzó que, indemne al dislate conceptual, pudo culminar un Óscar sobresaliente vocalmente, ligero, pirotécnico, resuelto y leal al dictado dramático de un Villalobos que no vacila al explicar que “la transición en el espectro de género de Óscar de chica a chico, con toda la carga de expectativas que la figura de daddy’s girl tiene en la sociedad americana [sic] -las jóvenes deben crecer y honrar a su padre con una bella descendencia- supone un giro de tuerca a para profundizar en la psicología de los tres personajes que componen esta familia”. En fin, la empanada mental es fina. Menos lobos, Caperucita.

Dos grandes de la escena lírica contemporánea dieron vida a los dos grandes personajes de la ópera: el conde Riccardo (gobernador de Boston; se ha optado por la versión bostoniana, en lugar de la original, ambientada en Suecia) y Amelia, la esposa de Renato, su consejero y amigo). Francesco Meli, tenor de timbre y fraseo siempre atractivos, de la mejor factura, ha cantado tropecientas mil veces un personaje que conoce hasta sus más últimos recovecos. Gran canto verdiano el suyo, pero siempre sin esa pizca de emoción que marca lo sobresaliente de lo excepcional.

Anna Pirozzi, cantante de fuste, maneras y armas tomar, bien querida por el público valenciano -ya triunfó aquí con Nabucco y Macbeth-, firmó en el tercer acto uno de los pocos grandes momentos de la tarde con un Morrò, ma prima in grazia cargado de sentido verdiano, atributo vocal y fascinación expresiva; dicho y entonado con voz poderosa y precisa, nítida y admirablemente regulada, sin desdibujar por ello las sutilezas extremas de este aria de referencia. El celoso Renato fue cantado con solvencia y no mucho refinamiento por el barítono Franco Vassallo, que no pudo revalidar el éxito que obtuvo en junio pasado con el Don Carlo de Ernani, a pesar de haber defendido con nobleza el aria Alzati! Eri tu.... La Ulrika de la mezzo polaca Agnieszka Rehlis quedó inadvertida en su célebre escena, sumergida en el cacao escénico.

En el foso, el maestro Antonino Fogliani concertó con más oficio que arte. Bajo su gobierno, la siempre sobresaliente Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó en exceso brillante y decibélica. El maestro no supo -o quiso- temperar la sonoridad de un foso de por sí acusadamente presente. Por fortuna las vigorosas voces que había sobre el escenario salieron airosas de la incontinencia sinfónica del maestro. Con sus más y sus menos, el público, que quizá esperaba toparse con un espectáculo rompedor y de armas tomar, se encontró con un montaje escénico convencional, aunque envuelto en simples elucubraciones. Largos y vivos aplausos para todos los cantantes, especialmente merecidos para la Pirozzi y la paisana Marina Monzó. También para el Cor de al Generalitat y la Orquesta. Algún leve abucheo cuando el equipo escénico irrumpió en escena, pero quedó tan disipado como este insustancial, antiguo y fallido Ballo in maschera.