Algo personal

Basquet

Equipo del Básquet Llíria 1972

Equipo del Básquet Llíria 1972 / L-EMV

Alfons Cervera

Alfons Cervera

El suelo tenía desconchones por los que podía asomar de un momento a otro la cabeza de Godzilla. Lo que pasa es que entonces no existía el monstruo japonés y los que sí que existían eran los barcos de la VI Flota de los EEUU. O se trataba de la V Flota. O de la VII. No importa. La memoria no es un archivo como los de la CIA, la KGB o las cloacas informativas del comisario Villarejo. En la cancha de la Piscina Municipal de Llíria se jugaba al baloncesto. El tiempo te deja los recuerdos hechos un asco, pero sé que los domingos, en ese mismo sitio, tocaban orquestas de baile y en una de ellas cantaba African Twist mi amigo Vicent Alcayde, que se murió antes de tiempo, como decía el maestro Saramago que se mueren las personas que no tendrían que morirse nunca. Muchas veces tocaban allí Los Errantes, el conjunto local formado por músicos fantásticos, y otras vinieron Los Huracanes y Modificación, el grupo en que empezó a cantar Juan Bau antes de su éxito como solista con una canción que se titulaba La estrella de David. La chica que regresa a su país y le regala al chico su joya preferida: la estrella del rey hebreo que derribó a Goliat de una pedrada en la cocorota. Qué paradoja más curiosa: con el paso de los siglos, las pedradas eran las únicas armas que la gente en Palestina utilizaba para exigir su sitio contra el poderoso país del pequeño David y de la chica enamorada, ahora en manos (el país, no sé si la chica enamorada) de un tipo asqueroso que se llama Netanyahu.

Cancha Piscina Municipal

Cancha Piscina Municipal / L-EMV

Ya ven ustedes: por los agujeros de la vieja pista de básquet no ha asomado la chola de Godzilla, pero los monstruos no son cosa sólo de las películas y de repente aparecen como por casualidad cuando lo que yo quería contar en esta columna es que el Club de Básquet Llíria acaba de ascender a la categoría LEB Plata hace unos días. Y que se respira en esta ciudad, que es como la mía porque aquí pasé los años en que nos vamos construyendo en lo que luego seremos, una euforia que me recuerda los tiempos en que marines estadounidenses llegaban a Llíria para enfrentarse al equipo local y no me pregunten quién ganaba los partidos porque no me acuerdo. En mi pandilla éramos más de fútbol. El básquet había empezado en la pista de tierra de la Cultural, donde José Jordán llevaba desde los años cincuenta -o incluso antes- organizando las cosas del Frente de Juventudes y el básquet se convertiría en la más longeva y la más importante. También pusieron allí una emisora de radio. De eso sí que me acuerdo. Y de que había un equipo de baloncesto femenino. Creo que un verano la pandilla futbolera participamos en un torneo de básquet y no sé si ganamos algún partido. Lo más seguro es que no. Mucho después, se inauguró el nuevo pabellón del Pla de l’Arc y fue en alguno de esos primeros años cuando yo escribía para este diario las crónicas de ambiente en los partidos. No entendía ni papa del juego y me fijaba sólo en las caras y gestos de los árbitros, en las cabriolas aéreas de los jugadores, en cómo bullían las gradas sobre todo en los trances más polémicos del encuentro. Ha sido una de mis experiencias periodísticas más felices en toda la vida que llevo dedicado a este oficio de contar historias en las novelas y en los periódicos.

Vicent Faubel. Desde los 5 años en el equipo

Vicent Faubel. Desde los 5 años en el equipo / L-EMV

El 25 de mayo de 1991 el equipo ascendió a la máxima categoría. Nada menos que la ACB. El estrellato. Ahí estuvo dos años. No es fácil mantenerse arriba sólo con el empuje de los sueños. Pero esos sueños nunca han abandonado a la gente que lleva toda la vida enganchada al básquet en Llíria. Conozco a esa gente. Sé que nunca se dejó ganar por la frustración. Nunca. Que se lo pregunten a Manolito, que desde que era un crío hizo de todo en el club, menos meter una canasta porque al menos yo nunca lo vi haciendo carreras en la cancha. Me dicen que si he de escribir dos nombres en esta columna uno ha de ser necesariamente el suyo. Y el otro forma parte importante de la historia del básquet: Isma Cantó. Fue el inventor de todo lo que vino después. Lo conozco desde que no levantaba dos palmos del suelo. Aún ahora, cuando lo veo, es como si fuera aquel chaval más listo que el hambre y que dejaría luego una huella tan grande en la memoria de su pueblo. Me dicen también que si he de sacar aquí a un jugador histórico que sea Palacios, que era de Llíria y que fue como el primer “americano” que jugó en el equipo. Y lo saco, y ya sé que no caben en las novecientas palabras que exige el formato de esta columna todos los nombres que han hecho grande y perdurable el básquet en Llíria y en toda la comarca del Camp de Túria. ¿Añado a Vicent Faubel, que lleva desde los cinco años en el equipo y se retira ahora, después del ascenso?

Han sido hasta aquí ochenta años de básquet nunca interrumpidos. Ni siquiera en los momentos más difíciles. Por eso ahora es un orgullo escribir este domingo que aquellos viejos desconchones de la Piscina Municipal y la tierra prehistórica de la Cultural forman parte de la memoria lliriana más imprescindible. Yo tampoco metí una sola canasta en mi vida, querido Manolito. Pero celebro como el primer fan del Básquet Llíria el ascenso de categoría. Y tanto que lo celebro. Y tanto.

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Actual / L-EMV