Las calles de Jaén se revolvían a cuarenta y pico grados cuando José Tomás, desaparecido del panorama taurino desde el 22 de junio de 2019 en Granada -pandemia del coronavirus incluida-, trazó el paseíllo con esa sonrisa seca, áspera, que no parecía una sonrisa en absoluto.

El calor era abombante pero la llama iluminada de sus ojos llevaba prendida la ilusión por torear. Como le pasaba a las 11.000 personas que se habían dado cita en el Coso de la Alameda. Tabaco y oro fue el vestido elegido para la ocasión. 

Un cosquilleo recorría el ambiente de los tendidos hasta que salió el primer toro y crujió la plaza con unos estatuarios únicos por ser tan personales. En el centro de la plaza, apenas sin toques, tan sutil todo que parecía irreal, los ligó. Impertérrito, dejó un pase del desdén y un trincherazo que levantaron la plaza para dejar muestra de las exorbitantes sumas de valor que concentra su cuerpo. Y su mente, claro. Pero ahí se acabó la primera faena al de Victoriano del Río, un toro soso pero con algo de fondo más de lo visto. Escuchó silencio tras fallar con los aceros. 

En su segundo, de Álvaro Núñez Benjumea, no pudo sacar agua de un pozo totalmente vacío. Hilvanó algún derechazo inmenso a un toro reservón y falto de fuerzas. Y otra vez se hizo el silencio al final de faena.

La tarde iba cuesta abajo y sin frenos, pero con su valor nuclear, clavado en el suelo, instrumentó un quite por gaoneras al tercero de Victoriano del Río, tan suave y profundo como de costumbre. Y la plaza reventó de manera absoluta cuando las ligó. Al final de su labor, con la montera calada y en los terrenos del toro, sitio que habitaba con toda tranquilidad, transpiró a mares torería y entró en una espiral de locura por los naturales. Y, tras un buen espadazo, cortó la primera oreja de la tarde.

La faena al cuarto y último de la tarde, de la ganadería de Juan Pedro Domecq, fue de mando de caricia y poderío de seda. Resultó ser, sorprendente, el animal más potable del festejo. Y obró una armonía total con el toro. De nuevo vertical, inmenso, al natural. Sus muñecas, funcionando como una máquina aceitada, pulseaban la embestida hasta el más allá también por el derecho. Y la plaza respondía. Pero paseó únicamente una oreja. 

Al final del festejo tuvimos la sensación de que la pandemia, como a todo ser humano, le ha pesado. Vamos, que le sobró. Y se marchó caminando porque la elección de los toros no fue la más correcta. No llegó su faena redonda después de la covid. De momento, queda Alicante. Y ahí queda su esfuerzo.