Morante nos hizo llorar

El genio de la Puebla del Río corta un rabo en la Maestranza de Sevilla después de más de medio siglo y sale por la Puerta del Príncipe

Morante sale por la Puerta del Príncipe de Sevilla tras cortar un rabo

Morante sale por la Puerta del Príncipe de Sevilla tras cortar un rabo / EFE

Jaime Roch

Jaime Roch

Justo a media mañana, Juan José Trujillo y Antonio Jiménez "El Lili", los dos banderilleros de confianza de Morante de la Puebla, hundían sus zapatos en el albero de la Maestranza para comprobar su estado. Hacían vídeos para mandárselos por WhatsApp al genio de la Puebla del Río como si esa moqueta sevillana se atreviese a resistir el cumplimento del sueño del toreo. Como si el ruedo de la catedral del arte de la tauromaquia fuera a entorpecer el estallido mágico del toreo.

Pasadas las 12.30 horas, fue el propio Lili quien sacó la bolita del sombrero tras el sorteo y quien decidió que "Ligerito", el toro de Domingo Hernández al que Morante le cortó el rabo en Sevilla, saliera en cuarto lugar. Sencillamente porque a él era el que más le gustaba del lote de su torero. Y no se equivocó: fue precioso de hechura y un superclase en la embestida.

Una hora después del sorteo, Morante, tan verso libre y filosófico, llegaba andando al Hotel Colón con traje cruzado de color blanco, inmaculado, sonriente, rebosante de felicidad. Como si intuyera lo que iba a pasar horas más tarde: regresaría a su habitación en hombros tras salir por la Puerta del Príncipe. Atravesado por un rayo de sol como un regalo del cielo y con un vestido azul celeste e hilo negro, idéntico al que utilizó Joselito El Gallo el 18 de octubre de 1914 durante su encerrona en València frente a toros de Contreras.

A la hora del café, la propietaria de un restaurante de la calle Reyes Católicos mostraba con sus manos cómo iba a torear el maestro sevillano: "Así va a dar la verónica. Y así el natural. ¡Hoy va a triunfar!", predestinó como si fuera una maga y con su bola de cristal hubiera sentido en sus entrañas ese punzón del milagro en la Maestranza. Y es que en Sevilla hay mucha magia.

Morante durante su faena al toro que le cortó el rabo

Morante durante su faena al toro que le cortó el rabo / Maestranza Pagés

Y es que Morante realizó una de las obras más conmovedoras, prodigiosas y memorables que se recuerdan en esta plaza. Y en la historia del toreo. Ninguna faena ha sido tan elocuente como la suya en lo que llevamos de feria, ni tan anhelada como ese milagro llamado tauromaquia. Lo llamamos milagro porque sucede y se evapora como ese instante en el que cristaliza la poesía en el fogonazo de un verso. Es ese vértice altísimo de un muletazo en el que el tiempo se destruye a sí mismo y se hace eterno en la memoria.

Sencillamente se fundió con el toro con esa complicidad que solamente da el valor y esa belleza de lo soberbio, lo extraordinario, lo que está fuera de lo común. Fue una faena que superó a todas. Porque en ella cabía todo el toreo. Desde Joselito El Gallo a Belmonte. Desde Chicuelo a Manolete. Porque el recuerdo de su toreo enlazaba con la prístina reminiscencia de la torería añeja, esa que es la más pura. Porque en esa faena estrechó las manos a sus dioses.

Las verónicas monumentales, las volcánicas tafalleras con la suerte cargada. Unas gaoneras que destronaban a su creador. Las chicuelinas llenas de garbo. La locura en la muleta. La suma levedad de su armonía que no es otra cosa que la naturalidad. La pureza en el embroque y esas muñecas que traían una carga histórica hecha de resonancias antiguas. El equilibrio y la medida. El estoque en el hoyo de las agujas. Lo efímero como esa arena que se nos desvanece de las manos. Y el presidente José Luque Teruel que da un rabo después de 52 años en Sevilla.

Y claro, un servidor, que vivió la faena en el tendido 10 un Miércoles de Feria que batió el récord de la jornada más calurosa en un mes de abril con 36 grados, se tuvo que poner las gafas de sol cuando ya había atardecido porque, inevitablemente, saltaban las lágrimas de emoción. Porque Morante rompió el toreo. Los relojes. Las camisas. Las gargantas. Y exaltó la vida.