Desbordado sin paliativos, atascado en su indefinición y falta de apetito, el Valencia cayó con deshonra en Sevilla contra el Betis, ofreciendo una imagen lamentable, propia de un equipo en galopante involución. Anclado con tres puntos de doce posibles, el conjunto brioso y con gusto que dejó Ernesto Valverde vuelve a mostrar la debilidad colectiva de los días más deprimentes de Mauricio Pellegrino. Anoche ni supo a qué jugar y sólo cometió tres faltas. La derrota es sobradamente dolorosa para que se instale la alarma en un club sumido en una encrucijada institucional de difícil salida.

El once anunciaba cambios bien vistos por el entorno y dirigidos, teóricamente, a mejorar la calidad del juego del Valencia. Pero el problema no se limita a una cuestión estética, sino a una deficiencia estructural. En ningún momento, sin la mínima pizca de concentración e intensidad exigibles, se notó la necesidad clasificatoria de un equipo con las aspiraciones que el que maneja Djukic. El Betis, sin Verdú ni Castro y sin haber ganado todavía en este campeonato, se fue a por el partido decidido, atraído por las tentaciones autolesivas de su blando rival. El Valencia se rompió por la mitad con pérdidas infantiles en la zona de creación, en la que nunca se debe dudar, ni ralentizar el juego con pases planos. Igual que contra el Espanyol y Barcelona. A los nueve minutos, un despiste de Parejo, con más de medio equipo proyectándose en ataque, regaló medio gol a Jorge Molina, que definió a placer ante Alves. Tanto el mediocentro madrileño como Banega no parecen conservar esa confianza mental adquirida con Valverde y que traduce su fútbol, lleno de intenciones, en algo efectivo.

La flacidez valencianista quedó corroborada con el segundo tanto, un rondo facilón para Salva Sevilla, que culminó por el centro dos paredes antes de ajusticiar a Alves, que lanzaba gritos al aire, desconsolado. La actuación del portero brasileño, como cada vez que el Valencia se descompone, comenzó a ser heroica, y paró goles cantados hasta con la cara. Las oleadas eufóricas del Betis no cesaban y la respuesta del Valencia, sin jugadores con mando en plaza que recordasen al resto la entidad de su escudo, se limitaba a balonazos hacia Hélder Postiga o individualidades aisladas de Pabón. Alves no pudo evitar el tercero, en el minuto 34. El Betis había marcado más goles que faltas había cometido el Valencia, sólo una. La velada adquiría tintes grotescos y ni siquiera el gol mal anulado a Ricardo Costa se podía entonar como una excusa.

El defensa portugués, con un cabezazo a balón parado, recortó distancias a los veinte minutos de una segunda mitad en la que el Valencia se proyectó algo más en ataque. Con tan poco, después de haber regalado tanto, los visitantes volvían al partido, activados con los cambios. El final del encuentro no tuvo un gobierno claro, con un Valencia desesperado que acumulaba córneres y un Betis que perdonaba el cuarto en las contras de Cedrick.