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Raso y junto al palo

Maradona ganó Las Malvinas en México

Maradona ganó Las Malvinas en México Julián García Candau

Pongamos la cuestión en claro: nunca jamás ha habido un futbolista como Diego Armando Maradona. Yo estuve en México el día en que se convirtió en el vengador del honor argentino, que había sido mancillado por los milicos, no solo con los desaparecidos, sino también por la fallida y humillante guerra de Las Malvinas. Argentina había salido de aquel desgraciado acontecimiento creado por los responsables de la Casa Rosada con la cabeza gacha. El pueblo había perdido su orgullo, había sido mancillado y cuando no había esperanza en la política surgió el genio del futbolista nacido en Villa Fiorito, una de las llamadas Villas Miserias de Buenos Aires, y con dos jugadas reivindicó a todo un país. Bastaron dos momentos, para que miles de argentinos salieran a manifestarse al Obelisco para festejar una victoria futbolística que, además, era reivindicación política.

Llegó la primera ocasión y Diego usó la que se llamó «la mano de Dios» para burlar a Inglaterra, al árbitro y a la mayoría de espectadores que en realidad vivieron el hecho, posteriormente, gracias a los resúmenes televisivos. Marcó el camino del triunfo, pero ello no era simplemente cuestión deportiva. Había engañado a los orgullosos ingleses, les había mostrado hasta qué punto un argentino ingenioso, que después fue calificado justamente de genio, era capaz de hacer para que su pueblo se sintiera de nuevo poseedor de aquellas virtudes que les habían robado después de haber ganado el Mundial-78 con Videla en el palco, Menotti en el banquillo y Kempes ejerciendo de «Matador». La euforia mundialista en la cancha de River quedó minimizada porque la selección no volvió a mostrar su potencial hasta 1986 y para ello habían pasado cuatro años de la derrota en las islas.

Argentina había llorado a Evita y ahora le llegaba el momento de que Maradona le devolviera la sonrisa. Marcó con «la mano de Dios», pero faltaba el remate de la función. Tomó el balón en sus pies y en eléctrico eslalon fue burlando ingleses hasta marcar el segundo gol que acabaría siendo el del triunfo. Si la mano fue de Dios el pie, del Diablo. Nadie, nunca jamás, había marcado un gol como este. Los argentinos recordaron durante mucho tiempo lo que llamaron «la apilada de De La mata» que fue bautizo para jugadores similares. Pero la de Diego fue conocida universalmente y ya nadie de cuantos lo han intentado han logrado acercarse a aquel modelo de precisión e ingenio.

Diego ha protagonizado grandes momentos futbolísticos, la mayoría de los cuales han sido incomparables. El primer día que Puskas se entrenó con el Madrid, el gerente del club, don Antonio Calderón, le preguntó a Di Stefano por Puskas. Di Stefano fue rotundo: «Maneja la bola con los pies mejor que yo con la mano». Pero aquella zurda que era cañón ante las porterías contrarias nunca pudo alcanzar las magnificencias del 10 universal.

Vi a Maradona en aquel Mundial, en su paso por el Barcelona, su estancia en increíble vivencia en Nápoles donde con su izquierda hizo felices a los sureños por vencer a los ricos norteños. Maradona hizo grande a un equipo campeón ante Inter, Milán y Juventus. Nunca los napolitanos habían podido gozar de un futbolista que dejaba chiquitos a ídolos italianos. Le vi en el Mundial del 90, y sobre todo, aquella tarde que en Nápoles, Argentina, liderada por Maradona venció a Italia. Yo he visto llorar a periodistas italianos por derrotas como la de Stuttgart ante Polonia, pero en Nápoles, la presencia, la magia de Diego las contuvo. Quien había ganado no era un extraño. Algunos dijeron aquello de que «es de los nuestros».

Uno de mis mayores orgullos periodísticos fue que en la primera página del diario La Nación me publicaran un artículo sobre los momentos dramáticos de Maradona. Cuando he conocido su muerte me he arrepentido, más de 20 años después, de no haber sabido aquilatar que su vida, que fue su propio castigo por las adversidades que padeció, merecía mayor comprensión. Ahora lo hago y recuerdo que un querido compañero de Clarín me reconvino por no haber sopesado todo cuanto suponía Diego en Argentina. Ahora lo sé y para siempre en mi memoria estarán sus goles, Sus momentos de autentico genio. El resto, que no fue ejemplarizante, mejor olvidarlo. En el podio está en lo más alto. En la plata y el bronce figuran Pelé y Di Stefano. Messi no tiene lugar en uno de los puestos. Y Cruyff, menos todavía. En Sevilla sólo vieron ráfagas y su luz aún permanece.

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