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Análisis

La inviabilidad del negocio condenó a Bancaja

El exdirector de Información de la caja entre 2001 y 2009 afirma que la extinta entidad financiera valenciana se hundió por la escasa calidad de sus activos y la falta de rentabilidad estructural

La inviabilidad del negocio condenó a Bancaja

Parafraseando a Vargas Llosa, ¿cómo se jodió Bancaja? Mucho se ha escrito sobre el hundimiento de la en su día todopoderosa caja de ahorros valenciana, pero puede que hasta ahora no se hubiera contado la crónica de su extinción desde dentro, desde la sala de máquinas donde se analizaban los datos y la deriva de la entidad. Una conclusión se impone sobre las demás: la inviabilidad del negocio condenó a Bancaja, que ya estaba tocada de muerte en 2009, un año antes de que el Banco de España forzara su unión con Caja Madrid que dio lugar a Bankia. Todo un año en el que el presidente de la entidad, José Luis Olivas, se las daba en público de tener una fortaleza en realidad inexistente. Bancaja boqueaba en busca de oxígeno. Y no encontró el suficiente.

Alberto Ribes, licenciado en Ciencias Empresariales por la Universitat de València, fue director de Información de Gestión de Bancaja entre 2001 y 2007 y del Centro de Información de la entidad hasta 2009. Fue la etapa en la que se gestó la tragedia final. Ribes ha elaborado un prolijo informe, al que ha tenido acceso este diario, en el que aporta algunas claves -no señala a ningún responsable concreto, ni siquiera un cargo- para explicar por qué la caja pasó de líder a moribunda en los cinco años comprendidos entre 2005 y 2010.

El autor asegura que «el fin de Bancaja como entidad en solitario no vino (aunque sí contribuyeron) ni por el problema de la falta de liquidez ni por haber alcanzado un determinado ratio de mora», dado que la falta de renovación de los vencimientos mayoristas «se sustituyó en el tiempo por el acceso a la barra libre del BCE actualmente vigente» y que algunas cajas fueron forzadas a fusionarse con tasas de entre el 4 % y el 6 % y hoy hay entidades que funcionan en solitario con moras de más del 9 %. En su opinión, «lo que determinó el fin de Bancaja y se entiende que así lo vio el Banco de España al obligarla a entrar en el SIP con Caja Madrid, fue el evidenciar la falta de viabilidad de su negocio, dada la escasa calidad del mismo y su falta de rentabilidad estructural, que no iba a permitir, por tanto, seguir sufragando en solitario y sin ayudas la continua exigencia de provisiones por el alargamiento de la crisis».

El deterioro estructural de la cuenta de resultados de la caja, se produce, según Ribes, por varios motivos que en un principio se creían coyunturales.

El primero fue «el incesante aumento de los activos irrentables en el balance» tanto de los morosos como de los inmuebles adjudicados y participadas inmobiliarias, «que producen una importante caída en los ingresos por parte del margen de intereses». La crisis y el paro asociado elevaron los impagos. Muchas operaciones dejaron de generar ingresos y se convirtieron en una carga.

La caja, además, tenía una elevada financiación mayorista -dinero que utilizaba para incrementar sus préstamos- y llegó a la crisis habiendo superado los límites fijados por ella misma en cuanto a prudencia en este ámbito. Si había establecido que no rebasaría esta vía el 30 % del endeudamiento total (el resto, serían depósitos), a finales de 2007 «superaba con creces el 40 %» debido a que las áreas de tesorería y financiera «no indicaron al área de negocio que no se podía utilizar más este tipo de herramientas». Sea como fuere, para contener la mora y contentar a las agencias de rating, la caja emprendió en 2009 una política de canjear, mediante adjudicaciones y daciones en pago, préstamos no rentables por inmuebles tampoco rentables, con el «resultado de que un importante porcentaje del activo se convirtió en irrentable».

Por otro lado, la caja tenía índices hipotecarios «con diferenciales irrisorios», lo que provocó que «el tipo final cobrado a los clientes fuera en continuo descenso» conforme el BCE fue bajando los tipos, lo que afectó «muy negativamente a los ingresos del margen de intereses». Además, en el segmento de particulares las operaciones eran a largo plazo, «con lo que no había una gran posibilidad de aumentar los precios a los vencimientos como se puede hacer en el segmento de empresas». Así que crecieron de forma considerable los activos «irrentables» a la par que los que sí lo eran sufrieron una «caída brutal de su rentabilidad a partir de 2008».

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