En economía, predecir el futuro es algo a lo que acostumbramos muy a la ligera. Muchos se atrevieron (durante el confinamiento en 2020) a diagnosticar una recuperación en forma de L, en forma de U o en el peor de los casos a una catástrofe similar a lo ocurrido con el pinchazo inmobiliario de 2007, todo ello siempre acarreando consecuencias de sus análisis y vaticinios.

No quiero decir con esto que no hay que ser realistas, ni pretendo que se viva en un optimismo constante pero, tanto para el consumidor como para las empresas, el estado de ánimo es fundamental. Siempre se ha dicho que para la fluidez económica (para unos y para otros) lo que se necesita es estabilidad. Ante la incertidumbre de lo que podía venir y sin saber las consecuencias de esta pandemia que todavía no nos hemos quitado, y con la que tendremos que aprender a convivir, muchas empresas comprimieron el gasto y redujeron sus stocks; también por otro lado muchas familias vieron incrementar sus ahorros debido a la reducción de la movilidad.

Ahí fue cuando en 2021 se dio la tormenta perfecta, un desajuste entre oferta y demanda: fabricas que venían produciendo al 70% ante un disparo del consumo en bienes (no en servicios, que han sido los sectores damnificados en esta crisis) o digamos para gran parte de la industria una recuperación en forma de V. Ello dio lugar como todos sabemos a la crisis de las materias primas, encarecimiento constante de precios y falta de suministros ha sido el mantra de todo el pasado año.

Llegamos a un 2022 con la esperanza de que todo se estabilice: precios, suministros, fletes marítimos, etc..., pero en la otra cara de la moneda nos enfrentamos a la subida de la luz, los combustibles y una inflación ascendente que da lugar a la pérdida de poder adquisitivo de las familias, que al fin y al cabo son los consumidores finales de todos aquellos productos que fabricamos. Pese a un aumento de las facturaciones debido al tirón del consumo (que no de beneficios), arrastrando unos precios todavía no actualizados por miedo quedarse fuera de mercado, y de nuevo un virus latente que merma las plantillas y la producción de muchas empresas reduciendo así su rentabilidad, tenemos la obligación de explicar y hacer entender que no es oro todo lo que reluce. Sobre todo, ante la inminente renovación de convenios sectoriales, nos encontramos con muchas empresas con poco margen de maniobra, que o bien no pueden asumir más incremento de sus gastos o bien deben repercutirlo en sus precios con el consiguiente riesgo de ver una caída de sus ventas a corto plazo, dando como resultado reducciones de plantilla y una pérdida de empleo.

Bien es sabido que el año termina con una subida del IPC por encima de la subida de los salarios pero... ¿Dónde está el equilibrio??

Esa es la base para que todo continúe en armonía como una orquesta en la que suenan a la par y bien, todos sus instrumentos.