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Opinión

¡Ya está bien, Olivas, ya está bien!

¡Ya está bien, Olivas, ya está bien!

El arrepentimiento es la cosa más inútil de este mundo. En general quien se dice arrepentido lo único que quiere es conquistar perdón y olvido; en el fondo, cada uno de nosotros continúa satisfecho de sus culpas». Estas palabras del gran José Saramago ( El año de la muerte de Ricardo Reis) no pueden estar más vivas esta semana después de que el miércoles Jose Luis Olivas, expresidente de Bancaja y exvicepresidente de Bankia, compareciera en el Congreso en la comisión de Investigación sobre la Crisis Financiera.

Olivas, expresidente de la Generalitat, afirmó en respuesta a un diputado de Esquerra Republicana: «¿Me arrepiento de algo? Sí. De haber aceptado la presidencia de Bancaja. No hubiera sufrido lo que he sufrido. Si llego a saber lo que iba a pasar, probablemente no hubiera aceptado ser presidente y me hubiera dedicado a cualquier otra cosa». Hoy, cuatro días después de haber escuchado esas palabras y todavía sin dar crédito, déjenme decir que ojalá hubiera sido así y se hubiera dedicado a cualquier otra cosa.

Encausado en varios procesos judiciales (justo un día después de oficializar su arrepentimiento se conoció la fecha del juicio de la salida a Bolsa de Bankia; el 26 de noviembre se sentará en el banquillo), se dedicó en el Congreso a jugar al juego del Yo no fui. Imagino que siguiendo una estrategia marcada por él mismo y por su equipo jurídico, realizó cero autocrítica sobre su actuación al frente de las entidades financieras y reiteró hasta quedarse casi sin voz que él no era ejecutivo. Lo que hundió Bancaja (él «nunca» forzó ninguna inversión) y provocó la posterior nacionalización de Bankia fue «un problema inesperado» [en referencia a la crisis financiera] que sorprendió a todos y que «nos arrastró». Si hubiese que atribuir alguna responsabilidad, el malo malísimo sería el Banco de España, el regulador y el supervisor de las cajas que opta «por la concentración de las entidades para sanear al sector financiero español». En Bankia «había hasta 13 inspectores del Banco de España, que mantenían reuniones semanales con los directivos, controlando la liquidez, el riesgo de mercado y las dotaciones. Su conocimiento era puntual y absoluto», dijo Olivas.

La desfachatez de la que hizo gala el expolítico del PP es de juzgado de guardia, sobre todo porque su paso por el sector financiero ha sido todo menos inocuo. Dedicado a la política activa durante más de treinta años, es él quien firma la Ley de Cajas de 1997 como conseller de Economía, Hacienda y Administración Pública del Gobierno de Eduardo Zaplana. Esta normativa, germen de los males del sistema financiero valenciano, permitió al Gobierno autonómico seleccionar hasta el 61% de los órganos de gobierno de las cajas valencianas (por mucho que no pudieran ser políticos en ejercicio). También fue él quien asumió la presidencia de Bancaja después de haber pactado ser un presidente de la Generalitat ultraefímero, sólo el tiempo desde que Zaplana se fue al Ministerio de Trabajo y hasta las siguientes elecciones, cuando Francisco Camps sería el candidato y no Olivas. Esta brevedad en la calle Caballeros tuvo premio y le otorgó la presidencia de Bancaja desplazando a Julio de Miguel. Así que aceptar, lo que se dice aceptar la presidencia de Bancaja...

Riesgos a 100 euros

Aunque en los papeles su presidencia no fuera ejecutiva, no cabe duda de que Olivas mandaba en una Bancaja asfixiada por su desastrosa gestión de riesgos y su altísima involucración en el ladrillo. Jactarse en el Congreso de que él «no tenía capacidad para aprobar ni un riesgo de cien euros», cuando sabía y sabe que Bancaja llegó a tener más de 380 empresas con socios inmobiliarios es de tener muy poca vergüenza.

Como explica Saramago, el arrepentimiento de Olivas no es tal y él sabe cuáles son sus culpas, diga lo que diga en público, en el Congreso o en un juzgado. A los que hemos vivido muchos de estos momentos bien de cerca, el descaro empleado no nos deja otro remedio que decir: ¡Ya está bien, Olivas, ya está bien!

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