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Una herencia envenenada y oficios segregados por géneros

«El dinero me da autonomía, puedo salir y gastármelo con mis amigos. Pero no es solo eso, para mi es muy importante combinar la academia con el trabajo. Y estudiar esto no me cierra la puerta a nada, siempre estoy a tiempo de ir a la universidad, pero primero quería trabajar», cuenta Nil Guimerà, muniqués de 20 años e hijo de una tarraconense y un barcelonés que vinieron de jóvenes a buscar trabajo, como tantos otros españoles, a Alemania. Hoy su hijo es aprendiz en la BMW y no dudaría en recomendárselo a sus primos catalanes. «A mis padres les costó mucho aceptar que optara por una FP, ellos querían que fueran a estudiar a la universidad», reconoce.

Este es uno de los principales problemas del modelo educativo alemán, pese a la gran implantación que históricamente tiene. Así como en España hasta ahora los grados medios y superiores de FP eran vistos como una educación ‘de segunda’ por muchos, en comparación con la universidad, en Alemania si un padre ha estudiado formación profesional es muy probable que su hijo también lo haga. Otro problema es que sigue habiendo una gran segregación por géneros. Es decir, en los ciclos del auto casi todos los estudiantes son hombres, mientras que en hostelería o en peluquería casi todas las aprendices son mujeres. Un sesgo que en los últimos años apenas se ha reducido.

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