Marina Civera Moreno tenía dos opciones: salir delante o salir al final. El sistema protocolario de fallera mayor y corte se rige por la estatura y a ella, si ayer Joan Ribó no hubiese pronunciado su nombre, le habría tocado el primer puesto en el desfile. El segundo como mucho. En el ensayo de la proclamación así figuraba, componiendo la primera pareja con Susana Yagüe. Pero como su nombre estaba dentro del sobre, pasará a ser siempre la que nombren la última y ante la que la gente se pondrá de pie entre aplausos. Que no deja de ser el sueño que perseguía toda su vida. Precisamente, por esa disposición, el lunes de la pasada semana, las trece elegidas en la Fonteta posaron por primera vez y a ella, premoritoriamente, le tocó el centro justo. El lugar que tendrá durante todo el año y por la que será recordada toda la vida.

Odontóloga. Para seguir la norma de otras antecesoras como Covadonga Balaguer, Elena Muñoz o Lucía Gil. «Acabé este año y todavía no había empezado a trabajar. Me apunté a un master, pero al salir de la corte ya me borré porque era muy exigente. Requería muchas horas». Ahora, con las multiplicadas obligaciones, lo tenía muy claro: «el año va a ser para servir a València y a su fiesta y después ya volveremos a la normalidad». Muy preparada académicamente, domina cinco idiomas. Fluidísimo valenciano, muy bien en inglés y en francés «y el italiano lo estudié dos años».

Fallera del Barrio de San José, una comisión tranquila, que ya había saboreado las mieles de la corte cinco veces previamente. Dos de ellas con su hermana Paula en 2011... y con ella misma en 2006. Con Marina, la 40ª fallera mayor adulta elegida democráticamente desde 1980, continúa la racha increíble de falleras que, habiendo sido corte infantil, repiten a lo grande en mayores: ocho de las once últimas falleras mayores de València lo han sido. Y ella era la única de las 73 que llegaron a la final de la Fonteta con esa condición.

10 de octubre. Fecha para no olvidar. «He decidido dormir, no quería madrugar. Luego he hecho recados, he ido a por el vestido, los zapatos, la peluquería. Hemos comido en familia, tratando de relajarnos. Estábamos cogidos de las manos, pensando que era un día importante pasara lo que pasara y que había que estar unidos. Luego ya hemos empezado a estar más nerviosos». Pero el resultado para ella era el más deseado: «esto te demuestra que los sueños se cumplen».