Obsesión por el decoro y una cierta dosis de puritanismo han caracterizado la relación de los reyes de España con la sociedad española. Por lo menos, hasta la caída en desgracia por la sucesión de acontecimientos incómodos.

Esto tiene un reflejo pintiparado con una de las anécdotas de los dos viajes que cursaron Juan Carlos I y Sofía a la ciudad de València con motivo de las Fallas. En la de 1996, los jefes del Estado hicieron su aparición el 14 de marzo. Fue un acontecimiento de magnitud incalculable. Y, de hecho, respondía a la reivindicación, largamente solicitada, de reclamar la presencia de los monarcas (en plenitud de popularidad en aquel momento) a conjugar su imagen con la fiesta fallera.

Para aquellas fechas, la falla municipal tenía subidos gran parte de sus volúmenes, que tenían un caballo rampante y dos niños huertanos como remate (una puesta en escena muy "blanca", mucho más que el proyecto inicial, que eran dos valencianos adultos en actitud ceñuda por los agravios a València y que fue convenientemente suavizado, mucho antes de que se supiera que iban a acudir los monarcas). Lo que habrían encontrado Juan Carlos y Sofía como primer golpe de vista en horizontal habrían sido los atributos del caballo. Pero no fue así: hábilmente, el brazo de una grúa ocultó la hiperbólica masculinidad del jaco, obra del artista Josep Pascual «Pepet».

La visita, como queda dicho, fue apoteósica. La «mascletà» le correspondió a Pirotecnia Valenciana y marca un antes y un después en la historia de la empresa. Un por entonces casi niño José Manuel Crespo se encumbró con un disparo que, a buen entendedor, parecía tener más materia explosiva de la que se autorizaba en aquel entonces, pero que fue magistralmente ejecutada. Desde entonces, Crespo es «el pirotécnico que disparo ante el Rey».

Fue un acontecimiento con la puesta en escena al uso: multitudes esperando la llegada del coche, saludos y choques de manos e infinita vigilancia en las azoteas con miras telescópicas. Nada más subir al balcón, Juan Carlos I fue saludando y besando una a una a las 26 falleras mayores e infantiles. La indumentaria de las falleras mayores Elena Muñoz y Lucía Andrés fue uno de los temas de conversación durante el almuerzo, que tuvo lugar en la Casa Forestal del Saler.

El rey, que entró en las cocinas para conocer de primera mano el proceso de elaboración de las paellas, bromeó sobre su deseo de ser abuelo antes de los 60 años e instó al entonces presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana a «aprender a bailar sardanas» a cuenta de las negociaciones con Convergència i Unió necesarias para que José María Aznar formara gobierno.

Las dudas de botar

Diez años después, un 15 de marzo (un año después de haber acudido los entonces príncipes Felipe y Letizia) y dentro de una gira que también les llevó por varias poblaciones de la Comunitat, los monarcas regresaron al balcón para contemplar el disparo de Europla. Eran tiempos de plenitud municipal y la anécdota fue la reticencia del monarca a botar, siguiendo las peticiones de la multitud. Había saltado Rita Barberá (estampa característica de la época), lo había hecho la reina y finalmente, el rey también se animó.

El anecdotario de esa segunda visita recuerda que el público aguardó el disparo desde las nueve de la mañana, que se repitió el almuerzo en la Casa Forestal, donde Juan Carlos I se fumó un puro, que volvieron a preguntar a las falleras mayores, Lucía Gil y Nuria Llopis, por la indumentaria, y que acabaron de madrugada visitando la falla municipal, «Imagine», a punto de finiquitarse tras el acto vandálico que casi la malogra. El entusiasmo por ver a los monarcas provocó una invasión de público que dañó uno de los ninots.