La pandemia está obligando a las comisiones de falla a renovarse o ir muriendo poco a poco. Habituados a la inercia, la llamada «actividad fallera» apenas se ha movido más allá de las modas más o menos pasajeras. Pero, a la hora de la verdad, las cartas suelen estar muy marcadas y la ciudadanía fallera se cohesiona facilmente: cenas y comidas, fiestas temáticas de fin de semana, campeonatos deportivos, actividades de escenario, juegos de mesa y pintacaras varios.

Las cosas han cambiado y, con casi todas las actividades cercenadas, se impone explorar el mercado. Puede que la palma de la originalidad, a día de hoy, se la lleve La Nova d'Orriols. Tanto por la actividad como por el segmento de edad al que va dirigido. Falleros y falleras de entre 12 y 18 años (últimos de infantil y primeros de juvenil, "los más difícil de ubicarse") están encargados de cuidar un huerto desde hace semanas.

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La conversión de unos campos de Alboraia en pequeñas parcelas para que el urbanita disfrute ejerciendo de agricultor ha sido escuchada, tomada y adoptada por la comisión. «Al agricultor propietario se le paga un canon y los niños se dedican a las labores del campo» señala Patricia Guillem. «Nada más empezar han recogido acelgas y han plantado y tapado puerros. Está pensado para plantar verdura de temporada, de crecimiento rápido, para así ver que el trabajo que hacen tiene recompensa rápidamente porque, además, se lo llevan a casa».

Una alternativa al casal. «Es un actividad al aire libre, aunque se hace por grupos de seis»- La Nova d'Orriols es, a pesar de su corta existencia, una comisión enorme. En apenas quince años llevan ya tiempo encaramados sobre el décimo puesto entre las más grandes del censo, incluyendo más de doscientos infantiles. Es un caso verdaderamente digno de estudio, cómo una comisión de nueva creación ha logrado crear una verdadero ejército fallero en apenas unos años y en un barrio de fincas nuevas. Pero con incertidumbres pandémicas como la que más.

Es la falla del campo del Levante UD. No tienen más que cruzar el bulevar norte para encontrar una huerta que tienen a espaldas. Quique, Juanjo y Loles se han encargado de «darle una vuelta» a la oferta tradicional para evitar lo que suele pasar en esas edades: que el joven, lleno de estímulos exteriores, y pasada la docilidad de infantiles, acaba desentendiéndose de la falla.

Al final, «es actividad al aire libre y es cultura, porque se les enseña agricultura ecológica y valorar lo que forma parte de su historia. Aprendern a regar, a quitar malas hierbas... aquello que esperas de un huerto urbano, pero en este caso en plena huerta. Que aprendan que el tomate viene de una planta, y no de una bandeja del supermercado. Poner en valor el trabajo del agricultor, esforzarse hincando la rodilla... experiencias nuevas para ellos y una forma de reconciliarse con el medio natural»

De momento, la experiencia funciona, y si no se aburren, continuará en años próximos. Y sin faltar el rito fallero. «Al acabar el trabajo, todos a almorzar».