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El Puig

Una «caseta de volta» en plena marjal

Localizan en el Puig esta construcción, que no es propia de la comarca de l´Horta, cuya función era servir de refugio a los temporeros y sus familias

La arquitectura rural constituye así el legado arquitectónico desde el que deben partir los arquitectos valencianos del siglo XXI, que respeten, admiren y pretendan una arquitectura valenciana que, desde su identidad, pueda dialogar con nuevas posibilidades que nos enriquecen porque en ellas se crea una construcción arquitectónica que, al mismo tiempo, contiene toda una herencia que le da sentido y funcionalidad, más allá de la originalidad caprichosa y ajena a nuestra realidad histórico cultural y medioambiental.

Las llamadas «casetas de volta son viviendas agrícolas temporeras construidas con muros de piedra y cubiertas con bóveda tabicada, amb volta, de doble rosca de rajola» (Miguel A. Chiarri, Casetes de volta, Makma). La que hemos descubierto en el Puig de Santa María es un ejemplo excepcional por varios motivos. En primer lugar, como afirma el gran especialista Miquel del Rey, en su obra «Arquitectura rural valenciana» ( página 155), este tipo de casas son muy raras en la comarca de l´Horta. Pero, además, aumenta su excepcionalidad el hecho de que dicha construcción agrícola pugenca o podiense (del Puig) se encuentra en plena marjal.

Aunque su tipología es de caseta de volta, de planta rectangular de entre 5 y 8 metros de largo y un ancho de entre 3,3 y 5 metros, sin embargo, también tiene características singulares en su construcción. Así, las cuatro esquinas entre las que se ubican los muros son a modo de gruesos pilares de ladrillo para dar mayor consistencia a la construcción. Los muros son de mampostería de piedra, como es habitual, pero están lucidos finamente con un encalado de color rojizo que aún cubre intermitentes trozos de los muros.

A diferencia del resto de edificaciones de este tipo, posee varias ventanas pequeñas en sus muros, consiguiendo que en verano entre la menor cantidad posible de radiación solar y permitiendo que se ventile el interior. Pero, cabe añadir que las ventanas tienen forma de saetera, son algo más anchas en el interior y más estrechas en el exterior, y tal hecho es explicable porque la caseta de volta pugenca, excepcionalmente, está construida sobre una elevación, que va de dos a tres metros, sobre el nivel de la marjal, lo cual permitía una visión y control privilegiados de todo el espacio, haciéndose posible así, la caza de todas aquellas aves que tradicionalmente viven en estas zonas húmedas.

Estamos, por tanto, ante una construcción de arquitectura rural tradicional, temporera, es decir, que era habitada por el labrador y su familia, los animales de trabajo y domésticos, durante el espacio de tiempo en el que se llevaban a cabo los trabajos agrícolas y cinegéticos en la marjal. También se utilizaba como almacén de la producción agrícola y de los aperos de labranza.

Lo que diferencia a este tipo de construcción es la volta o bóveda tabicada. Las bóvedas tabicadas ya se utilizaban en la arquitectura valenciana del siglo XIV en las plementerías de bóvedas, y en el siglo XVII su uso era generalizado al realizar bóvedas tabicadas. Por tanto, partimos de una tradición arquitectónica valenciana, que en El Puig de Santa María está presente en varias edificaciones monumentales y tradicionales. Sobre los muros más largos, del rectángulo que forma la planta de la caseta, descansa la volta o bóveda de cañón tabicada, de traza semicircular, formada, normalmente, por doble rosca, a veces triple, como es el caso de la caseta de El Puig, de ladrillo cerámico macizo de poco espesor, puestos de plano y no de canto, utilizando mortero de cal.

Siguiendo el ejemplo de Miguel del Rey y Miguel Ángel Chiarri en la defensa de estas casetas de volta, diré que la hallada en El Puig de Santa María debe ser recuperada por el Ayuntamiento y la Diputación, declarándola Bien de relevancia local. Pero quedaría a medias esta protección si no se habilita el camino que lleva a la caseta y que, como ella, esta unos tres metros por encima del nivel de la marjal. El patrimonio histórico-arquitectónico posibilita, pero su destrucción deshumaniza porque destruye las vértebras histórico-sociales sobre las que se sustenta el cuerpo vital-cultural de los valencianos del siglo XXI.

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