Un reportaje de la célebre y ya levemente histórica revista "Rolling Stone" acaba de costarle el cargo al general en jefe de las tropas norteamericanas en Afganistán, Stanley McChrystal, por un exceso de transparencia en sus juicios. A veces, los papeles vienen más cargados de pólvora que los cañones. En realidad, fue el propio guerrero quien se disparó un tiro en el pie al explayarse con el periodista Michael Hastings sobre la marcha -más bien mala- de la guerra que Estados Unidos y su menguante escolta de aliados libran allá por tierras de Asia contra los talibán de barba florida, Corán y kalashnikov. Irritado por la negativa del presidente Obama a enviarle la nueva ración de tropas que consideraba indispensable para meter en vereda a las guerrillas de Alá, McChrystal se dedicó a hacer chistes sobre el mando (político) y a dejar que sus subordinados criticasen la blandenguería de los jefes de Washington. La publicación de sus malos agüeros en "Rolling Stone" cayó como una bomba que en su primera onda expansiva acabaría por alcanzar al lenguaraz soldado. McChrystal pertenece a esa raza de generales de aire pretoriano, ascético y decididamente marcial que tanto recuerdan a los jefes de las legiones de la antigua Roma. Hastings le describe en su reportaje -una documentadísima pieza en la mejor línea del periodismo anglosajón- como un tipo brillante y a la vez algo primario que disfruta con una cerveza, frecuenta las hamburgueserías y sufre lo infinito en las cenas diplomáticas de gala. Sorprende que un militar de perfil tan nítidamente conservador haya aceptado ser el protagonista de un reportaje para "Rolling Stone": una revista identificada en sus orígenes con los hippies y la contracultura, aunque el paso de los años la llevase a evolucionar hacia fórmulas más convencionales que no excluyen en modo alguno el periodismo de calidad. No es el único motivo de asombro en esta extraordinaria historia. Causa aún más admiración el hecho de que Hastings pudiera tener tan fácil acceso al núcleo de mando encargado de dirigir las operaciones en Afganistán, o lo que es lo mismo: la guerra más larga en la que hasta ahora se ha visto envuelto Estados Unidos, incluyendo las del Sudeste asiático. Por increíble que parezca, el periodista cuenta que se limitó a mandar un e-mail a los hombres del general McChrystal explicándoles su deseo de escribir un perfil del general. La respuesta, tan transparente como el apellido del militar, fue: "Sí, venga a pasar un par de días con nosotros". Los dos días se convirtieron finalmente en algo más de un mes de confidencias con bloc y grabadora de por medio a partir de las que Hastings construyó su reportaje bajo el título premonitorio de "El general fugitivo" o, en traducción menos literal, "El general sin control". Más acostumbrado a pedirles tropas a los países de provincias que a concedérselas a sus propios generales, el presidente Obama llamó a capítulo a McChrystal para despacharlo con la boleta de despido en menos de lo que tarda en darse un "ar" al pelotón. El general que tan mal había pintado para "Rolling Stone" las perspectivas de la guerra en Afganistán tuvo, eso sí, la bizarría de no echar la culpa al mensajero. Bien al contrario, asumió la responsabilidad de todo lo que el periodista había puesto en su boca y en la de sus colaboradores. A Hastings hay que reconocerle, a su vez, el mérito de haber dado la vuelta al viejo discurso español de las armas y las letras. Donde el mismísimo Antonio Machado ensalzaba al general Líster en versos olvidables - "Si mi pluma valiese lo que tu pistola de capitán, contento moriría"-, el reportero ha demostrado en la práctica que la pluma puede ser más letal que una escuadrilla de bombarderos. Que se lo pregunten, si no, a ese general de los ejércitos imperiales en campaña que acaba de caer derribado por una revista de ecos rockeros.