GUERRA DE UCRANIA

El motín de Wagner en Rusia pone a Putin a la defensiva dentro y fuera del país

La revuelta trae al centro del tablero la posibilidad futura de una implosión del régimen ruso y los riesgos que acarrearía 

Policía rusa vigila las entradas a la Plaza Roja, como parte de las medidas antiterroristas lanzadas por el Gobierno tras las revuelta de los mercenarios del grupo Wagner.

Policía rusa vigila las entradas a la Plaza Roja, como parte de las medidas antiterroristas lanzadas por el Gobierno tras las revuelta de los mercenarios del grupo Wagner. / EFE

Mario Saavedra

Las imágenes de las fuerzas de la Guardia Nacional desplegadas en Moscú traen recuerdos de los turbulentos años tras la caída de la Unión Soviética y del intento de golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov de 1991. Vladímir Putin ha sacado a soldados y policías a las calles de la capital y ha establecido puestos de control. Una exhibición de fuerza tras la revuelta de los mercenarios de la Wagner en la ciudad de Rostov-on-Don, la localidad donde se encuentran los cuarteles generales del Distrito Militar Sur que presuntamente controlan. El carismático e histriónico líder de la Wagner, Yevgueni Prigozhin, ha amenazado con marchar hacia la capital con sus 25.000 hombres, a modo de protesta por la marcha de la guerra en Ucrania y los presuntos ataques del Ejército regular ruso contra sus hombres. Un Putin hierático ha recogido el guante y ha anunciado que lo va a perseguir, por “clavar un puñal por la espalda a Rusia”. 

La situación es muy fluida y puede que esta suerte de alzamiento mercenario no llegue a más. Moscú se encuentra a 1.200 kilómetros de Rostov, Prigozhin no tiene fuerzas de combate como para marchar de forma efectiva hacia ninguna ciudad importante y, de momento, parece que lo que quiere es una reunión con los generales. Pero, ¿y si cataliza el malestar por la guerra?

La posibilidad de un cambio de régimen futuro en Rusia sobrevuela el momento y las conversaciones de los analistas. Nadie se atreve a ir tan lejos por ahora, pero la caída de Putin es para los ucranianos una de las condiciones necesarias para una futura paz en la región. Así se lo dijeron a este diario hace unas semanas una nutrida representación de analistas de think tank ucranianos, de visita en Madrid. Para aceptar la paz, exigen cuatro cosas: la salida de todos los territorios de las tropas rusas, reparaciones de guerra, una suerte de juicios de Nüremberg contra los criminales militares rusos, y cambio de régimen en Moscú. Propuesta de máximos que arqueó las cejas de los diplomáticos y periodistas presentes en aquella conversación. ¿Cuándo ha funcionado un intento de cambio de régimen desde el exterior? Su respuesta era clara: no hace falta una invasión. Basta con presionar y desestabilizar a Vladímir Putin, que no tiene el poder tan aferrado como creemos en Occidente, decía Julia Kazdobinav, directora de la Fundación Ucraniana para los Estudios de Seguridad, con base en Kiev. Otra de las ucranianas presentes lo expresaba de otra forma: ahora hay madres que tienen al marido luchando en el frente y a los niños en casa. No quieren que la lucha actual sirva para perpetuar el conflicto y que esos hijos tengan que ir al frente dentro de una década. Quieren erradicar el neoimperialismo ruso de raíz, y eso implica acabar con Putin.

Pero, ¿y si el que viene es peor? ¿Y si llega al poder el propio Yevgueni Prigozhin, o alguien parecido a él? Porque el jefe de la Wagner es un hombre ultraviolento y desalmado. Ordenó la ejecución de un golpe de maza en la cabeza de un presunto traidor del grupo. Luego, se jactó de la violencia de las imágenes en un vídeo en su ya infame canal de Telegram. “Este vídeo, magistralmente dirigido, se ve del tirón. Espero que ningún animal haya resultado herido en el rodaje”, decía sobre las imágenes de la cabeza reventada del soldado. “En este espectáculo, se ve cómo este hombre no encontró la felicidad en Ucrania, pero encontró a personas poco amables pero justas”.

Ahora a Prigozhin se le ve departiendo con los soldados del ejército regular en Rostov, ciudad que asegura controlar miltiarmente sólo para evitar que los aviones de Putin bombardeen a sus hombres. Dice que no va a impedir que sigan partiendo a atacar a Ucrania, pero anuncia una rebelión. “Prigozhin no tiene tropas listas para el combate”, dice la analista Julia Kazdobinav. “Pero si Putin no consigue reafirmar su autoridad, esto puede llevar a la desintegración y a la guerra civil o evolucionar hacia una suerte de golpe de Estado dependiendo de qué fuerzas se dejen para defender el territorio ruso en lugar de ir a Ucrania y de las lealtades que escojan los soldados”.

Putin, a la defensiva

El presidente ruso era hace un año y medio un líder fuerte que ordenó a 150.000 hombres invadir a sangre y fuego Ucrania. Hoy es un hombre a la defensiva. En su discurso de emergencia tras el motín de Rostov, ha advertido de que Rusia pelea ahora mismo por su supervivencia. Eso ya lo había dicho antes, pero en referencia a un enemigo externo, el presunto complot internacional para acabar con la Federación. Ahora habla de una sublevación interna. El enemigo no está a las puertas; está dentro de casa.

El motín de Wagner en Rusia pone a Putin a la defensiva dentro y fuera del país.

El motín de Wagner en Rusia pone a Putin a la defensiva dentro y fuera del país.

Y en el frente, la situación no es mejor. El poderío militar que la OTAN ha entregado Ucrania, sin prisa pero sin pausa, ha puesto a as Fuerzas Armadas rusas a la defensiva. Han fortificado centenares de kilómetros para defender las zonas ocupadas del Donbás o de Zaporiyia. Han cavado trincheras, han minado el territorio, y se han puesto en modo de espera, atemorizados por la contraofensiva ucraniana de tanques modernos Leopard y Challenger o misiles de alta precisión y largo alcance Storm Shadow. 

¿Qué hará el animal herido? El temor al uso de armas nucleares tácticas se incrementa cada vez que la situación se tensa. Parece una salida natural. Por eso algunos analistas piden contención y una salida digna al presidente ruso. Un puente de plata para que huya el enemigo. Las cancillerías occidentales hablan siempre de evitar una escalada militar por sorpresa, y por eso han dosificado la ayuda. Pero el factor Prigozhin no está bajo el control de Washington, Bruselas o Berlín.