Elecciones en Argentina

Elon Musk se cuela en la campaña argentina y da un espaldarazo al ultra Javier Milei

La Constitución de 1994 establece que un candidato gana las presidenciales si obtiene el 45% de los votos válidos, o el 40% de ellos con una diferencia de 10 puntos respecto de su escolta

El candidato ultra a la presidencia de Argentina, Javier Milei, motosierra en mano, en un acto electoral en La Plata.

El candidato ultra a la presidencia de Argentina, Javier Milei, motosierra en mano, en un acto electoral en La Plata. / AFP

Abel Gilbert

En 1968, los estudiantes atravesaban las calles de París, Milán y Munich abrazados al rostro de un argentino: Ernesto Che Guevara. Cincuenta y cinco años más tarde, no es el "guerrillero heroico" la imagen del inconformismo generacional. Sin embargo, otro argentino, desde posiciones antagónicas, y bendecido por Tucker Carlson, el apologista de Donald Trump, y, especialmente, Elon Musk, adquiere dimensiones globales: Javier Milei. El candidato de la ultraderecha, favorito en las elecciones del 22 de octubre, funciona a la vez como una suerte de antipapa, el reverso fuertemente ideologizado de Francisco, a quien no deja de lanzarle invectivas. "El Papa tiene afinidad con comunistas asesinos", le dijo al expresentador de la Fox. Musk vio la entrevista realizada por Carlson y expresó su entusiasmo. Argentina, predijo, será "el faro de libertad más importante del planeta".

El magnate llegó a decir que Milei representaría "un gran cambio" para el país sudamericano. Después borró su mensaje en X, la red social que le pertenece. Pero volvió sobre sus pasos y consideró que el encuentro entre Carlson y el candidato de La Libertad Avanza (LLA) iba "mucho más allá de Argentina en los temas tratados". Esa bendición no hizo más que expandir en X y TikTok la figura del hombre que quiere privatizar todo, eliminar el Banco Central y facilitar la tenencia de armas de los ciudadanos.

La ponderación de Musk ayudó a que la conversación de Milei y Carlson se replicara exponencialmente. Esa situación no pasa inadvertida a una parte de la élite económica local, que comienza a aceptar como inexorable, salvo que medie un milagro político, la victoria del abanderado de LLA. La Constitución de 1994 establece que un candidato gana las presidenciales si obtiene el 45% de los votos válidos, o el 40% de ellos con una diferencia de 10 puntos respecto de su escolta. Las encuestas, si es que no se equivocan, como suelen hacerlo, ubican a Milei muy cerca de esos números. De lo contrario debería esperar al segundo turno, el 19 de noviembre, para materializar su hazaña: la de un economista de segundo orden que, primero como tertuliano de programas menores, y luego como síntoma de una desafección de un sector de los argentinos con la política, pasó a ocupar un lugar central.

Derecha tradicional paralizada

El salto de Milei a la grandes ligas de la política de un país con 40% de pobres, el precio del dólar por las nubes y una enorme desesperanza, parece haber pulverizado a Juntos por el Cambio, la coalición de derechas que gobernó entre 2015 y 2019 con Mauricio Macri, y que tiene en esta contienda como candidata a su exministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Su entusiasta bolsonarismo no cautiva a los oídos de los desencantados como lo hace el economista que ha utilizado la imagen de un león para promocionarse.

La derecha tradicional no sabe cómo frenar su ascenso. Tampoco el peronismo, en el poder, cuyo candidato, el ministro de Economía, Sergio Massa, surge en los sondeos como eventual rival de Milei, en el caso de que hubiera segunda vuelta. La galopante inflación, que destruye la capacidad de compra de aquellos que ya no podían adquirir parte de los bienes esenciales, no hacen más que "inflar" las chances del libertario. Sus disparates –comunicaciones telepáticas con un perro muerto, a quien llama hijo, un pasado como gladiador, los encuentros con Dios, el sexo tántrico y un noviazgo con una actriz imitadora de Cristina Kirchner- no tienen a estas alturas de la campaña electoral ningún efecto negativo. Tampoco su elocuente autoritarismo y las denuncias de que LLA le cobra a los candidatos municipales y legislativos por integrar sus listas. Los candidatos se proponen no atacar a Milei personalmente ni hurgar en su vida privada y polemizar con su programa económico.

En la noche del miércoles tuvo lugar el primer debate entre los candidatos a la vicepresidencia. Victoria Villarruel, la compañera de fórmula de Milei, fue señalada como simpatizante de la última dictadura militar (1976-83), algo que a ella no le avergüenza. "Es una infiltrada de la democracia", le espetó Agustín Rossi, quien integra el binomio presidencial con Massa. Este tipo de señalamientos y evidencias no afectan, al menos hasta ahora, la proyección de la ultraderecha. La economía pesa más que la mirada sobre el pasado, aunque ese pasado defina el futuro.

Un candidato digital

En esta primera campaña fuertemente digital, de mensajes abreviados y emoticonos, las fuerzas tradicionales y "analógicas" no saben hasta el momento muy bien qué hacer. Y llueve sobre mojado: llegó Musk y sus palabras se convirtieron en un activo de la ultraderecha. Diana Mondino, quien, según los medios locales, se desempeñaría como ministra de Exteriores de un posible Gobierno de ultraderecha, fue una de las primeras en tratar de capitalizar ese aval: "Estamos volviendo a tener el rol que merecemos en el escenario geopolítico mundial. Elon Musk es la persona más brillante e influyente del mundo, y por nuestros valores, tenemos su apoyo explícito". 

Miles de argentinos que se conectan al wifi de sus teléfonos celulares en espacios públicos, porque no pueden pagar una cuenta, encontraron también en el interés de uno de los hombres más ricos del planeta por Milei una señal confirmatoria. Se enteraron de esta asociación Musk-Milei a través de los influencers que apoyan la campaña de LLA. Esos augurios de felicidad, remedos de las consignas de Trump que prometían "hacer grande" otra vez a Estados Unidos, comienzan a penetrar también a los países vecinos. Milei puede convertirse en un profeta de la devastación.