Fallas

Antonio Santos Barranca

He publicado hace días en Levante-EMV (lunes 13 ), la verdadera historia de la Ofrenda de Flores en la fiesta inicialmente laica, y hasta primitiva, de las Fallas. Al terminar la imprescindible «Cremà» me doy cuenta de que las Fallas se han convertido en puro derroche de dinero. No puedo calcular el precio, a veces pagado a plazos, de los costosos trajes y peinados de falleras a las que ya el aniversario del gremio de carpinteros no les importa nada. Lo que en inicio era una muchacha representando a cada falla ahora son cientos, una evolución que considero lógica e igualitaria si no fuera porque se lucen como espectáculo aparte, con un destino principal: la Ofrenda, donde las cámaras de televisión recogen emocionadas lágrimas ante una reproducción de reproducción de imagen de una figura religiosa. El impuesto festejo religioso en época dictatorial, solapando al popular y tradicional de homenaje al fuego por parte de obreros de una profesión reservada tradicionalmente a hombres, domina ya la fiesta. Lo beato ha vencido a lo profano. Y lo hace de un modo tan barroco y exuberante que hasta desfigura a la fallera clásica: ahora su vestimenta es pesada, calurosa, competidora en lujo exagerado. Lo exuberante, costoso y gigantesco de cada ingenio de falla competidora hace olvidar la pureza y honestidad del origen de una fiesta del pueblo, no del espectáculo. ¿Tiene limite la exageración? Las Fallas creen que ganan año tras año, pero son ya puro esperpento valleinclanesco y turístico, y creo que sería necesaria una meditación sobre ese fenómeno. Antonio Santos Barranca. València.