La victoria frente al Rayo Vallecano sirvió de consuelo para finalizar una temporada en la que el descenso de categoría marcó un año para olvidar. El Levante bajará a Segunda División con la sensación de que le faltó dar un último empujón a su curso, la frustración de haber tirado por tierra toda una primera vuelta y, sobre todo, la pena de haber llegado tarde. De que la ilusión por salvar su estancia en la élite del fútbol español aterrizase en el Ciutat de València desde que se ganó en el Wanda Metropolitano, días después del aterrizaje de Felipe Miñambres a la dirección deportiva del Levante tras tres meses de ausencia.

El empuje de Alessio Lisci y su mensaje de no tirar la toalla y de dignificar la competición hasta el último segundo hicieron que el combinado levantinista creyese en obrar un milagro al que le ha faltado un par de jornadas más. De hecho, la segunda vuelta de LaLiga Santander del Levante es digna de reconocimiento, hasta el punto de que es la tercera mejor segunda vuelta en la historia del club, pero con el lamento de que el objetivo no se convirtió en una realidad.