En su presentación dijo que era una persona de corazón, apasionada y agradecida.

Para mí sí. El fútbol son emociones. No somos máquinas ni ordenadores. Yo vivo de las emociones y creo que es importante. El día que uno pierda eso, mejor no estar en este mundo.

¿Su forma de ser viene de familia?

Creo que sí. Vengo de una familia humilde. Mi padre sabía perfectamente lo que era sudar para llenar el frigorífico y eso te lo traslada. Te lo mete en las venas. Siempre he sido un currante de este deporte, antes como futbolista y ahora como entrenador. No quiero cambiar porque creo que es la única forma de crecer, de mejorar y de ganar.

¿Cuánto dieron sus padres para que fuera futbolista?

Primero eran los estudios. Mi madre me prohibió empezar una carrera como profesional sin terminar el bachillerato. Después fui a la universidad y me gradué en Gestión y Administración de Empresas. El cerebro era importante para mi familia, pero he tenido suerte de poder hacer las dos cosas. Me ha ido bien en ambas, y pienso que es también importante tener la cabeza llena.

Jugó en su Francia natal, en España, en Inglaterra y, como franco-tunecino hasta ganó la Copa de África en Túnez. Sus sacrificios tuvieron recompensa.

No solo son las experiencias como futbolista en otros países, es también como persona. Porque vas aprendiendo otras culturas, otros idiomas y, quieras o no, tratas con futbolistas que tratan con otros idiomas y otras culturas. Hay que darles tiempo. No es lo mismo un extranjero aquí en España, entender su cultura, hablar su idioma para que se sienta importante sobre el terreno de juego.

¿Cómo era como jugador? ¿Le costó llegar a la élite?

Fui mediocentro defensivo y tenía mucha calidad (ríe). El principio de mi carrera como futbolista en España es un resumen de mi vida. Al año de debutar con el Toulouse, el entrenador me dice que no cuenta conmigo. Tenía 19 años. La única opción que tenía era irme a prueba al Racing de Santander. Recuerdo perfectamente cómo, en el viaje en coche de Toulouse a Santander, mi padre me dijo: «Es tu última oportunidad. Si no, habrá que volver a estudiar y a hacer otra cosa”. Fueron tres semanas largas. Y no sé lo que pasó en el primer equipo, que llegó un fin de semana en el que el primer equipo llegó con dos expulsados y dos lesionados. Me cogió Andoni Goikoetxea, mi entrenador en aquel momento, y me preguntó si alguna vez había jugado de central, a lo que le dije que no. No obstante, me dijo que iba a jugar ese fin de semana en esa posición. A un compañero del vestuario que hablaba francés, Javier Manjarín, le pregunté contra quién íbamos a jugar y me dijo que en el Camp Nou. Diez días antes estaba pensando en dejar de intentarlo en el fútbol para volver a estudiar y diez días después estaba debutando en el Camp Nou. Ese fue el resumen de mi vida.

En Lugo y Leganés peleó por no descender. ¿Le da vértigo que se hable de ascenso?

Es una experiencia distinta no solamente por el objetivo, sino también por el contexto. Es la primera vez que empiezo una temporada. En el Lugo y en el Leganés fui de apagafuegos. Yo no sé lo que valgo empezando una temporada. No conozco mi techo, pero ahora mismo, por lo menos, tengo tiempo para poder construir mi casa desde la base. Tengo más ilusión que vértigo.

Siempre ha comentado que se adapta a las plantillas, pero ahora, ¿quiere moldear el Levante a su imagen y semejanza?

Sí. Lo estamos hablando con Felipe Miñambres, pero siempre me adaptaré a mis futbolistas. Soy una persona que no cree en los sistemas de juego. Me gusta que mis jugadores sepan qué hacer en cada momento y en cada fase de juego. Y, por encima de todo, sacarles el máximo rendimiento.

¿Qué Levante se va a ver?

Vamos a ver a un Levante intenso, agresivo, ordenado… Un Levante que quiera contagiar al aficionado y que el aficionado se identifique con el equipo y con lo que se vea sobre el terreno de juego. Que transmita y que el jugador también lo haga. Quiero un Levante con corazón. Lo vamos a pelear. Para ganar un partido hacen falta muchas más cosas. Las trabajaremos a nivel técnico y táctico. Si tenemos un fútbol vistoso mucho mejor, pero, primero, quiero que sea un Levante correoso y duro para el rival.

¿Sabe qué entrenador tuvo usted que ascendió con el Levante?

(Sonríe) Manolo Preciado.

¿Le gustaría tener el resultado que tuvo Preciado en Orriols?

Me gustaría ascender, por supuesto, pero es imposible llegar hasta el tobillo de Preciado. Es imposible dejar la misma huella que él.

¿Significó mucho para usted?

Manolo fue todo para mí. Me sacó del Racing B, me dio galones con el primer equipo, me trata como un padre, cuando me equivoqué con el Racing B me educó como persona… Cuando llegué al Racing no hablaba castellano y me trató como un hijo. Por eso ni de coña quiero que me comparen con él.

Firma hasta final de temporada, pero, en caso de ascenso, tiene dos años más por contrato. ¿Es la oportunidad de su vida al suponer el tren que le pueda llevar a la élite?

No puedo proyectarme tan lejos. Es imposible en el fútbol. Voy a intentar disfrutar del viaje, no de la llegada al destino. El fútbol son los primeros amistosos y partidos de liga. Me centro en lo inmediato.

Se queda con Pepelu, pero se marcha Morales. ¿Le hubiera gustado entrenarle?

Claro… Obviamente. Va a ser una lástima. Todo no se puede tener. Tengo la suerte de estar aquí, pero es verdad que me hubiera gustado tener a una leyenda como él. Ver cómo entrena, cómo trabaja, cómo manda en el vestuario… Un jugador así no se puede reemplazar ni sustituir, pero intentaremos dar el máximo y estar a la altura sin él. Si lo hacemos bien, seguramente, estará orgulloso de su Levante. Mi deseo es ese: hacerlo bien.

A Mehdi Nafti le aguarda un desafío novedoso en su carrera como entrenador. Tanto en el Lugo como en el Leganés, su misión fue la de «apagafuegos», como él mismo reconoce. El reto y el contexto en Orriols es diametralmente distinto: « Yo no sé lo que valgo empezando una temporada. No conozco mi techo, pero ahora mismo, por lo menos, tengo tiempo para poder construir mi casa desde la base. Tengo más ilusión que vértigo».