Juanjo Catalá y Marián Martínez han tomado un camino que más de una persona se ha planteado durante todos estos meses de pandemia: marcharse al campo a vivir. En su caso, además de vivir, también la mudanza ha implicado un cambio de trabajo que es lo que les ha llevado hasta allí: en octubre, un vídeo viral recorrió España con un niño que anunciaba que el bar ‘Santerón’ de su pueblo se iba a quedar sin propietarios y, por tanto, «se acaba la vida aquí». Eso ya no sucederá porque Juanjo vio el vídeo y lanzó la propuesta a su socia: «¿Nos vamos?». Dicho y hecho: presentaron su oferta al concurso público del Ayuntamiento de Vallanca «por probar» y 15 días después aceptaron su oferta.

Tres meses después, Juanjo y Marián se han alquilado un piso en Vallanca y sus vidas han cambiado sustancialmente a mejor, según explica Juanjo. El día de Nochevieja llegaron al municipio del Rincón de Ademuz y ya han abierto y puesto en marcha el restaurante Santerón. Eso sí, ahora con servicio a domicilio y solo en local para los operarios de la cantera de mármol que se hospedan allí durante los días de trabajo.

La idea —cuando todo vuelva a la normalidad—es poner en marcha el restaurante, el hotel rural y un negocio de alquiler de bicicletas BTT (de montaña), con la idea de ofrecer una experiencia completa de gastronomía, alojamiento y deporte en este entorno privilegiado. Será Álex, el hijo de Marián, licenciado en Ciencias del Deporte, quien se encargará de organizar las excursiones y liderarlas. De hecho, esta semana la han destinado a colgar carteles en la ruta que discurre junto al río Bohílgues, entre Ademuz y Vallanca, que cada fin de semana atrae a un buen número de senderistas, el público al que el nuevo Santerón se dirige.

La pandemia cerró la persiana

Juanjo y Marián han pasado de regentar Pintxotaberna, en Benimaclet, a un restaurante-hospedería en un municipio de 126 habitantes. Tuvieron que cerrar su negocio tras el cierre por el confinamiento de marzo y las restricciones posteriores, que han asfixiado al sector. Una vez echaron el cierre, Juanjo, «que soy muy aventurero», pensó que podría ser buena idea de volver a reinventarse gestionando este restaurante tradicional.

De hecho, «hemos pasado de hacer 30 pintxos distintos cada semana y cocina vasca a los platos de cuchara más tradicionales de la cocina valenciana y aragonesa», explica Juanjo. Además, lo han hecho con ganas, porque según explica el chef quería trabajar con la ahora conocida como «cocina de proximidad», es decir, alimentos de temporada y cultivados en el lugar de residencia.

Tanto es así que ahora ha cambiado las grandes superficies por el mercado de Teruel: «El otro día, por ejemplo, compré ternasco de Aragón, voy haciendo arroces melosos. También compré calabaza, que está de temporada, voy improvisando la carta», explica el cocinero.

«Arroz al horno» para todos

Está siendo una experiencia «enriquecedora» en todos los sentidos. Por un lado, los residentes del pueblo les han acogido muy bien. También ayuda, como explica Catalá, que tanto él como Marián son «muy cercanos y abiertos». En un mes y pocos días desde que se instalaron en Vallanca, Catalá explica que han entablado amistad con varias personas mayores con los que intercambian recetas y platos. «El otro día les di un arroz al horno que hice, nos han integrado muy bien», asegura. Además, ha descubierto la solidaridad que reina en los pueblos pequeños, a que con Filomena, la carretera de acceso a Ademuz quedó impracticable. Solo con un 4x4 podían hacer la decena de kilómetros que une ambos municipios y fue un vecino quien se ofreció a llevarles para que pudieran comprar gas.

«La pandemia aquí en un pueblo es diferente. Tenemos precaución, porque lidiamos con gente mayor, que son los que más riesgo tienen, pero la tranquilidad de este entorno no tiene comparación con la ciudad», asegura Catalá.

El contrato firmado con el ayuntamiento es por un año, prorrogable a cinco si todo va bien. Por ahora, Catalá asegura que están encantados. Él vivía junto a l’Albufera, por lo que mudarse a un pueblo pequeño no ha sido un cambio radical. «La ciudad me agobiaba, ha sido toda una oportunidad», explica.