La desembocadura del río Girona debería ser un edén. Allí donde la riqueza costera y la fluvial confluyen se crean ecosistemas de gran valor natural. Pero este tramo final del río sufre desde hace años un grave problema de contaminación. La desembocadura se tapona. Los temporales meten en el cauce toneladas y toneladas de «posidonia oceanica». El agua se estanca y se pudre. Y el hedor se hace insoportable para los vecinos. Las urbanizaciones de la margen sur del río pertenecen a Dénia y los chales del lado norte son de Els Poblets. Pero en un ribazo y otro huele ya igual de mal. Y el calor no ha hecho más que empezar.

«Vivir aquí empieza a hacerse ya imposible», comentó ayer un residente de la margen de Els Poblets. «El olor es terrible. Nos prometieron una solución urgente pero llega el calor y estamos igual o peor que otros años. Esto es una ciénaga infesta», advirtió.

Y en la urbanización Torre Almadraba, en Dénia, los vecinos también están ya más que hartos de tener que cerrar a cal y canto puertas y ventanas para que no se cuelen el mal olor y los mosquitos.

Los residentes tuvieron una brizna de esperanza cuando la denuncia por contaminación que presentaron ante el Seprona hizo camino y llegó a la Subdelegación del Gobierno. Costas y la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) tenían que idear una solución para evitar la degradación ambiental de la desembocadura del río. Los alcaldes de Dénia y Els Poblets, Vicent Grimalt y Salvador Sendra, también han exigido una solución definitiva al taponamiento de este tramo final del río Girona. Urge también acometer un plan de regeneración natural de una zona que, por su cercanía a la Marjal de Pego-Oliva, debería convertirse en un refugio ornitológico. Pero las aves ni asoman. Los episodios de estancamiento de agua también acaban con los peces.

En esta desembocadura hay muchas administraciones con competencias: Costas y la CHJ, así como los ayuntamientos de Dénia y Els Poblets. Unos por otros este espacio natural se degrada día a día. Mientras, los vecinos se tapan la nariz y vuelven a clamar contra la putrefacción de su paraíso.