«Nos parece muy acertado el planteamiento de que el mar no es un objeto de consumo. Es un medio natural de gran valor ecológico y de enorme fragilidad y todos hemos de disfrutarlo siendo conscientes de ello». Gonzalo Santos, que es marinero de la embarcación con base en Dénia del servicio de vigilancia de la posidonia oceánica, explica a la perfección la filosofía con la que estos guardianes de la biodiversidad de las costas valencianas se hacen al mar cada día. La conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica ha puesto en marcha el servicio por primera vez este año. Hace poco más de un mes que empezó a funcionar, pero ya se revela del todo imprescindible. Hace falta hacer mucha pedagogía en el mar. Los «guardianes de la posidonia» (18 navegantes que surcan el litoral valenciano en ocho zódiacs) velan por que se cumpla el nuevo decreto de protección de fenorógamas marinas.

Uno de los vigilantes pide a una embarcación que aminore la velocidad ya que está navegando por la reserva marina del cabo de Sant Antoni A. P. F.

El principal cometido de los vigilantes es evitar que las embarcaciones de recreo echen el ancla sobre las praderas de posidonia. Lo están consiguiendo. «Les explicamos que son plantas endémicas protegidas y de gran valor natural y retiran el ancla y se van a fondear donde no hay posidonia», afirma el patrón de la zódiac de Dénia, Manu Pérez.

Ellos no ponen multas. Persuaden. Si dan con un navegante que se obceca y no hay forma de que levante el ancla, llaman a los agentes medioambientales o a los guardacostas. La multa por dañar la posidonia es de entre 3.000 y 200.000 euros. No se ha puesto ninguna. La concienciación va calando.

Sí es cierto que los vigilantes cada día se topan con embarcaciones que navegan como si el mar fuera jauja. Levante-EMV se embarcó con ellos y la primera infracción la cometió una barca que salía del puerto a todo trapo. Luego Gonzalo tuvo que insistir a la tripulación de dos yates para que redujeran la velocidad. Surcaban la reserva marina del cabo de Sant Antoni y allí no se puede ir a más de 6 nudos. Los dos vigilantes coincidieron en que una práctica prohibida que se encuentran casi a diario es la de las motos acuáticas que irrumpen (y suelen ir a todo gas) en aguas de la reserva.

La zódiac de vigilancia ciñe el imponente acantilado del cabo de Sant Antoni. Llega a la costa del Tangó, en Xàbia. Allí la conselleria ha colocado boyas ecológicas de fondeo. Dos yates cuyas tripulaciones son de la Vila Joiosa están abarloados y amarrados a una de las boyas. Gonzalo les felicita y les recuerda que allí abajo, sumergida a escasos metros, está la pradera de posidonia oceánica. «Es esencial. Reduce el impacto del efecto invernadero, asienta el terreno y fija el sedimento, evita la turbidez, protege el litoral de los temporales y es un gran vivero de biodiversidad», explica el biólogo Antonio Pérez, que coordina el servicio de vigilancia junto a Sandra Verdugo.

Los vigilantes observan con un batiscopio las oscilantes praderas. Las corrientes mecen los «bosques» endémicos del Mediterráneo. Un tesoro.