Un dato revelador: Xàbia cuenta con más plazas de alquiler turístico (30.533 repartidas en 4.935 chalés y apartamentos) que vecinos empadronados (unos 30.000). Además, hay muchos arrendamientos turísticos que no están dados de alta. Esa oferta, que está en auge en los últimos años, ha puesto patas arriba un modelo que se basaba en atraer a compradores de segunda residencia. El turismo de paso se impone. El alquiler vacacional atrae, claro, a familias que buscan sosiego. Pero también ha abierto la puerta a otros visitantes más bullangueros.

Durante los dos veranos de la pandemia, con el ocio nocturno a medio gas, surgió un nuevo turismo, el de los jóvenes que alquilaban incluso chalés para divertirse a lo grande y montar fiestas. Ahora que ha vuelto la normalidad ese turismo de jarana no declina. Muchos de estos visitantes llegan en autobús y caminan con su maleta a rastras hasta la vivienda que han alquilado y en la que, habitualmente, se meten más inquilinos de los permitidos.

«Vemos a chavales que salen del bazar chino con colchonetas y no son precisamente para la playa. Las tiran en el suelo del apartamento o el chalé y allí duermen», comentó ayer una vecina de Xàbia que sufre el botellón y que asegura que las noches de verano se han convertido en «un infierno».

Mientras, una propietaria que veranea desde hace años en un apartamento del núcleo del Arenal relata que es difícil pegar ojo ya que su urbanización linda («solo nos separa un seto») con varios chalés de alquiler vacacional en los que se montan fiestas cada noche.

«El pasado verano empezó la lucha de llamar noche sí y noche también a la policía. Hemos visto que en internet la planta baja de uno de estos chalés se ofrece para cuatro personas, pero allí se meten muchos más y se monta gresca a diario. Ya hablamos el pasado verano con el propietario y nos dijo que fuésemos a protestar a la inmobiliaria», señaló esta residente.

«Es desquiciante. Con suerte podemos dormir 3 horas»

«Son jóvenes y no nos molesta que salgan de fiesta. Pero ponen la música de los coches a tope y abren los maleteros. Están en una zona urbana y es desquiciante no poder pegar ojo. Con suerte dormimos de tirón 3 horas». El botellón quita el sueño a los vecinos del Arenal y a quienes viven en las inmediaciones de la discotca Molí Blanc. No culpan a estos negocios. Lamenta, eso sí, la permisividad con los jóvenes que montan la fiesta en la calle. La basura del botellón también ensucia este año el paseo de la playa del Arenal.

Los veraneantes que padecen las fiestas en los chalés a los que se refiere son unos 30. «Hay mujeres mayores que se están volviendo a Madrid o Galicia. Están hartas. Nuestra abogada nos dice que, dado que esas viviendas no pertenecen a nuestra urbanización, lo único que podemos hacer es llamar a la policía. Los jóvenes de fiesta nos tienen acobardados y, al final, somos nosotros los que nos tenemos que marchar de Xàbia», lamenta.

Esa explosión de viviendas de alquiler vacacional también provoca otro efecto. Los alquileres convencionales están por las nubes. Los dueños prefieren sacarle a los inmuebles todo el rendimiento posible durante los meses de verano. Los carísimos alquileres impiden, por ejemplo, que se muden en verano a Xàbia trabajadores de la hostelería. Los negocios necesitan empleados como el comer. Pero los posibles trabajadores hacen números y con lo que van a cobrar no les da para pagar el elevado arrendamiento.

Fiesta ha habido siempre en los destinos turísticos. Los vecinos y residentes que están hasta el gorro de las escandalosas juergas y del botellón, que este verano se ha adueñado también de la playa del Arenal, advierten de que los jóvenes tienen que divertirse y disfrutar del verano. Pero apuntan que no debe ser a costa de que ellos se pasen las noches en vela y sus vacaciones se conviertan en un mal sueño.