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Los últimos lutier de València

Instrumentos musicales, obra de cuatro generaciones, acaba de ser premiada como empresa centenaria por la cámara de comercio

Los últimos lutier de València

Es inevitable. Te acercas a un hacedor de guitarras y acabas pensando en Argentina. «Les Luthiers», claro. Así que llamar a Instrumentos Musicales Gaspar para hablar con su responsable porque la Cámara de Comercio de València le ha concedido a esta firma radicada en pleno barrio del Carmen de la ciudad el diploma de empresa centenaria y encontrarte al otro lado con una voz casi porteña te deja estupefacto, como un violín sin cuerdas. ¿Cómo?

Resulta que Naza (Nazareno) Gadán - ¡qué no harían los cómicos argentinos con esta materia prima!-, es natural de Rojas, una población a 250 kilómetros de Buenos Aires. Llegó hace 16 años a València tras los pasos de Pilar Gaspar, a la que había conocido a través de internet. Había pasado ya el corralito, así que la situación del país, incluso para un técnico de sonido, no era tan funesta. Pese a los consejos de su entorno -!sos boludo!-, se vino a España para tres meses. «Vine a conocer a Pilar y a su familia», afirma, con las espaldas ligeramente cubiertas porque su jefe en Argentina le guardaba el empleo cuatro meses. «Me quedé». No sin muchas trabas. No es fácil normalizar la situación de un extranjero en este país, aunque tenga trabajo.

Cuarta generación

En los primeros tiempos se empleó en empresas de eventos y muchos ratos libres los pasaba en el taller de su «suegro» Vicent Gaspar. Poco a poco se fue implicando más y al final se ha convertido en la cuarta generación de esta empresa, cuya andadura se remonta a 1908. En aquel año, como recordaba hace dos semanas su nieto en las añejas instalaciones de la empresa ubicadas en la placita donde muere la calle del Moro Zeit de València, Salvador Gaspar abrió en la calle de Dalt una firma para fabricar y vender guitarras clásicas y violines. Fue todo un emprendedor. A los nueve años, cuando el siglo XIX agonizaba, había empezado a trabajar en una fábrica donde hacía ruedas de carro. Tres años más tarde entró en el taller de guitarras Salvador Ibáñez. Allí aprendió el oficio y, de mayor, se puso por su cuenta.

Herederos

A su muerte en 1942, Salvador dejó en herencia, además de la empresa, la música en la sangre de sus descendientes. Su hijo Agustín estudió esa disciplina y tocaba el contrabajo. Acompañó al gran Antonio Machín, como recordaba su hijo Vicent, nacido en 1948. Este entró con 14 en la empresa y ya no se movió de allí hasta que se jubiló hace seis años y le dio el relevo a Naza. Inicialmente, también su hermano, cinco años mayor, trabajó en la firma. Más osado o, quizás, más acorde a aquellos tiempos, el más grande se centró en la guitarra eléctrica, que en los sesenta ya era el instrumento fetiche de la juventud, pero luego se dedicó a otros negocios y al frente de la firma familiar se quedó Vicent, especialista en guitarra clásica. Los hijos -informático y psicólogo- no han seguido los pasos de sus progenitor, así que la aparición de Naza ha sido providencial. Con la ayuda de su mujer, «hacíamos mucha reparación, también de violines y violonchelos, y fabricábamos cada año en torno a 40 instrumentos».

Naza asegura que ahora se ha quedado «solo ante el peligro» tras «aprender el oficio de Vicent». Ha reestructurado el negocio, en el sentido de que lo ha centrado en la producción solo de guitarras. Ya no fabrica guitarró, ni laud ni bandurria. «Como a la gente joven, me tiraba la eléctrica, aunque la clásica es más compleja porque tienes que hacer una caja de resonancia, mientras que la otra es un taco de madera», afirma Gadán, quien añade que fabrica bajo pedido, aunque tiene un stock de dos o tres modelos por instrumento. Pero el negocio, a qué negarlo, no vive tiempos boyantes: «Los músicos profesionales no ganan tanto como antes. Algunos, nada. Hay menos trabajo de estudio y menos conciertos».

Mejor están las cosas a través de los clientes amateurs, que obtienen sus ingresos de otros ámbitos. No viven de la música, pero tienen grupos propios como ocio. Gadán cuenta que antes también trabajaba mucho con orquestas, sobre todo de mayo a junio, cuando se preparaban los instrumentos (afinado, reparación) de cara a la temporada de verano, pero ese negocio «ha bajado porque los ayuntamientos contratan cada vez menos orquestas en directo». Y hay más amenazas para «el único lutier artesano que sigue en pie en la ciudad de València». Está el intrusismo, «que trabaja en negro y nos hace daño a los legales», no solo por la competencia, sino también porque «el trabajo que realizan muchas veces acaba estropeando los instrumentos». Falta profesionalidad.

No queda otra que la resistencia. Un Gadán Gaspar ya está en disposición de alumbrar la quinta generación de esta empresa. Veremos si la música también correrá por sus venas. Su padre aprovecha ratos libres para fabricarle una guitarra eléctrica adaptada a su tamaño. Y el abuelo hace lo propio con una clásica. Como afirma Vicent Gaspar, «este oficio no tiene academia ni títulos. Se pasa de unos a otros». Y ellos están sembrando el camino.

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